OCTAVO DÍA| Por Julián López Amozorrutia |
Un amable lector dirigió mi atención sobre un interesante artículo publicado la semana pasada en el blog de Nuria Chinchilla. La noticia a la que hace referencia no es nueva, se remonta a diciembre del 2011. Pero su contenido no es menos relevante hoy, justo cuando la «perspectiva de género» cunde en nuestro medio como el único planteamiento políticamente correcto.
Noruega es, sin duda, un ejemplo de país civilizado y moderno. La libertad, el respeto y la tolerancia parecen encontrar en el mundo nórdico un modelo insuperable. Fue allí, justamente, donde hace más de dos años se retiró la subvención pública al «Instituto Nórdico de Investigaciones de Género», de más de 56 millones de euros anuales. Una causa que influyó: la investigación del periodista Harald Eia, quien en su serie documental Hjernevask(Lavado de Cerebro) abordó la paradoja de la igualdad de género en su país.
El también sociólogo puso en evidencia, de un modo bastante divertido, la inconsistencia científica de esta ideología. El argumento en el fondo demuestra que con frecuencia determinados planteamientos «científicos» desde el punto de vista de las ciencias humanas olvidan por un prejuicio los datos de las ciencias biológicas. La determinación biológica de la diferencia entre varón y mujer es más relevante de lo que algunos quisieran aceptar.
La ideología de género disminuye al máximo la importancia de la biología en las diferencias entre hombre y mujer, marcando su acento en el influjo de elementos culturales. El resultado es que no se nace hombre o mujer, sino que uno «se hace» tal, se construye. Como consecuencia llega incluso a perfilarse un abanico con múltiples niveles entre lo masculino y lo femenino.
Entre las presiones sociales y políticas que hoy asumimos de este planteamiento está, por el momento, el de la «cuota de género». Personalmente no me parece una mala idea que en los espacios de representación ciudadana haya un porcentaje equilibrado de hombres y mujeres. Tampoco considero aceptable, por supuesto, que una mujer reciba menos salario por un trabajo idéntico que el otorgado a un varón. En dignidad humana y en derechos, es incuestionable que toda persona debe reconocerse en el mismo nivel.
Pero aquí hay una cuestión que tampoco puede soslayarse. La constitución biológica, psicológica y espiritual de ambos sexos realmente marca nuestra condición humana. De hecho, de esa diferencia nace nuestra riquísima complementariedad. El sentido común lo reconoce sin dificultad.
A propósito de nuestra adecuada relación con la realidad y la búsqueda de los fundamentos de nuestra cultura, Benedicto XVI hablaba en estos términos: «La importancia de la ecología es hoy indiscutible. Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente. […] Hay también una ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana» (Discurso al Parlamento Federal Alemán el 22 de septiembre de 2011).
Y San Juan Pablo II: «El ser humano, ser racional y libre, está llamado a transformar la faz de la tierra. En este encargo, que esencialmente es obra de cultura, tanto el hombre como la mujer tienen desde el principio igual responsabilidad. En su reciprocidad esponsal y fecunda, en su común tarea de dominar y someter la tierra, la mujer y el hombre no reflejan una igualdad estática y uniforme, y ni siquiera una diferencia abismal e inexorablemente conflictiva: su relación más natural, de acuerdo con el designio de Dios, es la unidad de los dos, o sea una ‘unidualidad’ relacional, que permite a cada uno sentir la relación interpersonal y recíproca como un don enriquecedor y responsabilizante. A esta ‘unidad de los dos’ confía Dios no sólo la obra de la procreación y la vida de la familia, sino la construcción misma de la historia» (Carta a las mujeres, n. 8).
Está disponible ahora una versión con subtítulos en español del documental de Eia. Vale la pena reflexionar sobre él. Dejar que la realidad nos hable, y hacernos cargo de ella con creatividad, pero también con fidelidad a lo que somos.