Por Juan Gaitán |

No existe la familia perfecta y cada una sabe de qué pie cojea. La Iglesia también es una familia y, como tal, día a día hemos de enfrentarnos en ella a ciertos desatinos.

Sin embargo, no me resigno a que el catolicismo o, peor aún, el Evangelio, sea reducido a lo que algunas masas desinformadas opinan de él. Por eso…

…si no me gusta que la Iglesia sea reducida a un mero sistema moral o a un conjunto de prohibiciones, amo más y moralizo menos porque sé que las actitudes que la Iglesia propone surgen del amor por Cristo.

…si no me gusta que la Iglesia sea vista como una institución caduca, abro el corazón para que el Espíritu inspire el modo de responder a las nuevas circunstancias de la vida, sin temor alguno a lo nuevo.

…si no me gusta que se mire a la Iglesia como el banco más acaudalado del mundo, soy una persona desprendida, doy limosna e, incluso, propongo en mi parroquia la creación de un consejo económico –si es que no lo hay– y me ofrezco para formar parte de él.

…si no me gusta que los templos sean tomados como salones de fiestas para ‘católicos sociales’ que  no están comprometidos con la Iglesia, doy testimonio de cómo los sacramentos transforman mi vida, me encuentran con Dios y me comprometen con la comunidad.

…si no me gusta que las personas se quejen de que conocieron a un sacerdote o religiosa regañón o enojón, hago oración por ellos, los invito a comer, les brindo el apoyo para que se sientan alegres en su comunidad.

…si no me gusta que no se respete o se menosprecie la celebración de la Eucaristía, soy testimonio de comunión con mis hermanos, de amor a amigos y enemigos, al que me veo impulsado por mi participación en la Eucaristía.

…si no me gusta que la vivencia religiosa se reduzca a una hora cada ocho días, entonces salgo al encuentro de los necesitados durante la semana, para con mis acciones anunciarles el Reino de Dios.

…si no me gusta que las misas me parecen aburridas, me uno al coro, pregunto en qué puedo participar durante la Eucaristía, le cuento al sacerdote de qué cosas me gustaría que hablara.

…si no me gusta el poco conocimiento de la propia fe que se tenemos los católicos, entonces me informo, me acerco a los evangelios, pregunto, me muestro realmente interesado.

…si no me gusta que los católicos tengamos una espiritualidad muy débil, aprendo métodos de oración, rezo en familia, hago alguna lectura espiritual.

…si no me gusta que la Iglesia esté lejana a las personas, entonces conozco las necesidades que hay en el territorio de mi parroquia, me acerco a quienes más lo necesitan y formo parte de una Iglesia incluyente.

…si no me gusta una Iglesia de mucha prédica y poca acción, que sólo se mira a sí misma, ¡entonces salgo al encuentro de los demás, con el corazón abierto y entusiasmado por anunciar que el mal no tiene la última palabra!

Estas son algunas situaciones que llegan a presentarse en nuestra Iglesia y que definitivamente son parte de lo que no me gusta de ella, por eso es necesario ser valientes para enfrentarlas con sinceridad. Volver la mirada a lo esencial: El anuncio del Reino de Dios, un proyecto de familia.

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