Por Salvador Flores Llamas | Red de comunicadores católicos |

Hijo de una familia de Tarimoro, Guanajuato, su madre fue a dar a luz a Salvatierra para ser mejor atendida, por eso esta ciudad ostenta una gran estatua del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, asesinado, cuando era arzobispo de Guadalajara, el 24 de mayo de 1994.

Narran que su papá D. Juan Posadas, agricultor próspero, tenía una cantina en Tarimoro, y cuando alguien pedía una copa, le preguntaba de cuántas cuadras la quería, para darle la ración adecuada, por aquello de que “según el sapo es la pedrada”.

Alumno distinguido del Semanario de Morelia, donde era Juan Posadas a secas, fue catedrático y vicerrector, pasó a ser obispo de Tijuana, después de Cuernavaca; en 1987 fue nombrado arzobispo de Guadalajara y el 28 de julio de 1991 creado cardenal por Juan Pablo II.

Actuó destacadamente en la negociación de las reformas constitucionales, entre el delegado apostólico Girolamo Prigione y el presidente Salinas de Gortari, que llevaron a reanudar las relaciones Estado-Santa Sede.

Como arzobispo, los primeros años topó con la resistencia del clero tapatío, del que muchos miembros habían estudiado en Roma, mientras él no fue ni al Seminario Mexicano de Montezuma, Nuevo México, porque era muy chico cuando le tocó ir, e hizo toda su carrera en Morelia. Carecía de borlas universitarias.

Juan Sandoval Íñiguez, que sería su sucesor y a quien había promovido de algún modo a obispo de Ciudad Juárez, lo ayudó a sortear el inconveniente, pues tenía gran ascendiente por haber sido el formador de la mayoría de los sacerdotes, como rector del seminario de Guadalajara, que fue.

Además, Posadas era de inteligencia sobresaliente y muy culto.

Se dijo que fue asesinado en el Aeropuerto de Guadalajara cuando iba a entregar al nuncio apostólico Prigione documentos sobre nexos con el narcotráfico de familiares del presidente Salinas.

Una versión indica que un mes antes del crimen, llegó a Guadalajara Jorge Carrillo Olea, director de Seguridad Nacional de Gobernación; se reunió con el gobernador Carlos Rivera Aceves (sustituto de Guillermo Cosío Vidaurri) y el jefe de la judicial del estado.

Al sábado siguiente citó al jefe del destacamento de la Judicial Federal. Se trataba de planificar el asesinato del arzobispo, quien en una cena en Los Pinos había sido increpado violentamente por Córdoba Montoya, jefe del gabinete de Salinas, porque se resistió a recomendar al clero cesara sus prédicas de que el narcotráfico ganaba terreno en el país y seducía mucho a los jóvenes.

El sábado anterior al crimen, el alto funcionario señaló que la fecha precisa sería al llegar Prigione a la Perla tapatía y el cardenal fuera a recibirlo al aeropuerto, al que ya estaban citados los hermanos Arrellano Félix (de Tijuana) y su enemigo el Chapo Guzmán, para fingir un enfrentamiento de sus mafias en el estacionamiento.

El 24 de mayo de 1993, a las 3:45 pm, se comprobó que el Chapo, estacionó el auto junto a la banqueta exterior del estacionamiento (un Valiant verde, de lujo) y no se bajó. Por eso no pudo confundírsele con el purpurado, que, al bajar de su automóvil, fue baleado a quema ropa; máxime que era alto, corpulento y vestía abrigo y sotana negros, mientras Guzmán es bajo, con  atuendo casual de gabardina y su consabida cachucha.

El auto del cardenal recibió 38 impactos, de los que 14 dieron en su cuerpo. El caso fue cerrado oficialmente el 9 de abril de 2007 por Jesús Salvador Rivera, juez encargado de la causa.

El médico forense Mario Rivas Souza, quien reveló que no se le practicó la autopsia al cadáver por orden escrita de Salinas de Gortari, avaló que fue un crimen de Estado. Jorge Carpizo, procurador de la República, salió con   que ocurrió en medio de una balacera de dos mafias, usó el Nintendo para apoyar su hipótesis y causó hilaridad en millones de mexicanos.

No cuajó la calumnia de que Posadas estaba metido en el narco por afán de riqueza, y una muestra de su desprendimiento fue que al fallecer su madre viuda, como hijo único, recibió gran herencia, con que compró una pequeña casa y un auto usado para su ministerio, y donó la mayor parte al seminario de Morelia y a un asilo.

Cuando el sucesor de Posadas, cardenal Sandoval Íñiguez presentó testigos del caso y exigió reabrirlo, Carpizo reaccionó histéricamente, como cuantas veces se insistió en ello, y recalcó que oficialmente estaba resulto, aunque la opinión pública no se tragó la mentira.

Al solemne funeral que presidió el Papa en la Basílica de San Pedro, como siempre que muere un príncipe de la Iglesia, asistieron los cardenales que residen en Roma y el embajador mexicano Enrique Olivares Santana robó atención por vestir un traje azul claro y corbata negra, que contrastó con el atavío de riguroso negro, conforme al protocolo, de los demás integrantes del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede.

El cardenal camarlengo dio a los fieles y al gobierno mexicanos el pésame oficial de la Iglesia Universal por la muerte de Posadas Ocampo, con la esperanza de que pronto las autoridades descifraran el asesinato.

Pero a 21 años de él, parece que se le dio carpetazo y los culpables siguen impunes, como pasa con otros asuntos famosos en el país.

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