Por Mónica Muñoz |
Recuerdo cuando iba a la primaria, tiempos difíciles para una niña tímida como yo, que mis compañeros más desenvueltos utilizaban mucho la expresión “imita-monos” para referirse a otros chicos, menos avezados que ellos en el incipiente campo de la socialización, porque les causaba molestia que se les acercaran para copiar sus actos y palabras.
Ahora que veo en retrospectiva, debo reconocer que, en su momento, no entendía bien a qué se referían con esa palabra, y creo que ni ellos mismos sabían totalmente lo que estaban diciendo, aunque, con la crueldad típica de la niñez, se la soltaban a quemarropa a quien se dejara, que, por lo regular, era a niños y niñas por igual.
Pues bien, he querido traer a colación esa palabrita compuesta para sacarme la espina, pues es obvio que se usaba de manera negativa; efectivamente, “imitar monos” significa “hacer lo mismo que hace el otro”, y ahora que lo pienso, me causa gracia, pues resulta que aquellos pequeños, queriendo minimizar a los que seguía sus pasos, de manera inconsciente, se denominaban a sí mismos “monos”.
Sin embargo, cuando vamos creciendo, esa conducta no cambia, por el contrario, seguimos imitando hechos, palabras y actitudes de la gente con la que convivimos.
Es así que, los adolescentes copian a sus amigos más populares, hablan igual, se visten de manera similar, consumen comida semejante, acuden a los mismos sitios de moda y, ellos, a su vez, se convierten en una parodia del artista del momento, que seguramente, no es ningún dechado de virtudes, pero que se torna en un héroe por su éxito, carisma o belleza física.
Al llegar a la juventud, ese comportamiento no se elimina, sólo se transforma, y resulta que ahora, el joven o la señorita, sigue de cerca la manera de pensar y de actuar de algún adulto o líder que logra despertar sus ímpetus de libertad y deseos de independencia, por supuesto, es mejor si se trata de alguien completamente opuesto a sus padres, pues están en la postura de que sus “viejos” no saben disfrutar la vida y están amargados. Se rebelan contra la autoridad y las normas que atenten contra su recién descubierta emancipación.
A estas alturas estamos pensando que, llegada la edad adulta, ya no imitamos a nadie, somos completamente maduros y dueños de nuestra vida y destino, nuestras decisiones no se ven afectadas por el entorno, pues sabemos perfectamente lo que queremos en la vida. Pero resulta que ahora no sólo queremos ser como tal o cual persona, sino que deseamos tal o cual estilo de vida y, para conseguirlo, no dudamos en endrogarnos o poner en riesgo nuestro patrimonio para alcanzar el anhelado sueño de adquirir un coche nuevo, aparatos de última tecnología, ropa cara y de marca, o bien, todo lo que los medios de comunicación nos ofrecen para “encajar” en el ambiente en el que nos movemos.
Quizá el panorama que he descrito hasta el momento, raye en la exageración, -o tal vez no-, por supuesto, es algo muy general, porque la realidad puede superar a la ficción. Lo que quiero decir es que somos seres humanos perfectibles que nacemos con inteligencia, voluntad y libertad, que somos capaces de alcanzar nuestros sueños y todo lo que nos propongamos, si para ello trabajamos y ponemos todo nuestro esfuerzo, pero también, somos personas únicas e irrepetibles que merecen respeto por lo que son, y no por lo que tienen.
Por eso, démonos cuenta de que nuestras personalidades son diferentes y que no tenemos necesidad de parecernos a ningún “mono” o “mona”, menos aún si lo que hacen o dicen no deja nada de provecho. En este mundo todos estamos propensos a equivocarnos, pero, por gracia de Dios, también tenemos la oportunidad de corregir el rumbo.
Creo, sin temor a equivocarme, que el único modelo a seguir es Cristo, camino, verdad y vida, que nos ayudará a conseguir una vida feliz, plena y satisfactoria. Prueba de ello son los grandes santos del cristianismo, que han dejado testimonio de amor, fidelidad y valores cimentados en Jesús.
Por eso, dejemos de ser “imita-monos” y convirtámonos en personas auténticas, seguras y felices, a imitación de Cristo.
¡Que tengan una excelente semana!