“Todo bien, por naturaleza, no tiene límite”. San Gregorio de Nisa

Por Felipe de J. Monroy, Director Vida Nueva México |

Nuevamente sobreabundan las relecturas de un aparente conflicto dentro de la Iglesia y en ellas, las mentes más fantasiosas ya han hecho de la celebración del sínodo extraordinario de la familia en el Vaticano un campo de batalla donde invariablemente habrá vencidos y vencedores. Sin caer en la imaginería de sendos ejércitos comandados por cardenales/generales en los que la disputa por la certeza de la doctrina cristiana es el trofeo de la fidelidad, es oportuno ver en estos acontecimientos la riqueza del diálogo y el debate, la actualización del magisterio y la renovación del valor profético de la tradición y la palabra en la realidad absoluta que vivimos.

El llamado del papa Francisco al sínodo, así como los cambios en la metodología o el cuestionario abierto a los obispos y al pueblo fiel, ha descolocado a muchos de las pocas certidumbres a las que estaban asidos. Quizá sean partidarios de aquella convicción donde esperar órdenes y argumentos es más sencillo y menos arriesgado que proponer y confiar en la perspectiva de estrechar la realidad con el Misterio.

En la mitología, es la diosa Calipso quien hace uso de sus artes para hacer olvidar y ocultar a sus víctimas la tierra donde nacieron así como la conciencia de ser hombres y no cerdos. En concreto, les arrebata su identidad y los hace prisioneros. En el drama del Odiseo cautivo por Calipso, solo es a través de Hermes, el mensajero, que la libertad del peregrino retoma su cauce. A este mensajero se le conoce por sus habilidades en el uso de la palabra, en la elocuencia, se le reconoce por prudente y circunspecto, y principalmente por su astucia. Desvelando a Calipso, Hermes revela la verdad para Odiseo y la voluntad que los dioses tienen para él.

Me viene a la mente todo lo anterior porque, de cierto modo, el ‘estilo Francisco’ ha propiciado –con gestos y mensajes- correr el velo de los personajes y de lo que hay en sus corazones cuando de dialogar al interior de la Iglesia se refiere. En esto, no basta decir que la Iglesia ha pecado de verticalidad burocrática o que la pluralidad de opiniones pone en riesgo la doctrina. Lo que encontramos son expresiones faltas de caridad que acucian intensas divisiones y tensiones nada fraternas; expresiones donde la casa se ha hecho estrecha para la distancia que requieren sus moradores.

Pertrechados en sus seguridades parecen reclamar derrotados a su hermano con las palabras de Ignacio Padilla: “Eran otros los cimientos del edificio de tu pensamiento y tu lenguaje”. La petición del papa Francisco de una Iglesia en salida, ha movido a no pocos a tomar rumbo hacia la puerta, abandonando comodidades y rincones de ambiente enrarecido, pero una vez en el umbral de la puerta se han dado cuenta que vivían como extraños en la misma casa y, antes de salir, se reparten la herencia de la misma que creen les corresponde.

Ante los desvaríos de muchos, algunas voces sensatas ya advierten que el sínodo que ahora empieza es de cierto modo preparativo, no de un documento sino de actitudes, una oportunidad de encontrarse y dialogar, de recuperar las voces que los obispos conocen en cada uno de sus territorios y de plantear preguntas, de proponer senderos para recobrar la comunión, para que todos sean uno.

Para los católicos, la esperanza de que encuentros de esta naturaleza hagan crecer la idea de comunión y que esta trascienda a la exclusivamente jerárquica, que haga de la fraternidad una evidencia tautológica y que comporte una dimensión más eclesial, más horizontal y en sintonía con el Concilio Vaticano II, no es una prueba de la pureza de cada uno frente a la piedra de toque sino de reconocerse en la responsabilidad de hacer el bien. Así lo expresó Francisco: “la Iglesia se comporta como Jesús. No nos da lecciones teóricas sobre el amor, sobre la misericordia. No difunde en el mundo una filosofía, una vía de sabiduría… Cierto, el cristianismo también es todo esto, pero como consecuencia, como reflejo. La madre Iglesia, como Jesús, enseña con el ejemplo, y las palabras sirven para iluminar el significado de sus gestos”.

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