“La mentira imposibilita toda comunicación leal”. Alex Grijelmo

Por Felipe de J. Monroy, Director Vida Nueva México |

No puedo dejar de pensar que detrás del nuevo ‘videoescándalo’ en el que se muestra a dos periodistas vender y cobrar sus servicios profesionales a un exaltado capo de la mafia michoacana existe una estructura de complicidad y criminalidad que ha estado allí siempre, frente a nuestros ojos, tan grande y cercana que es casi imposible distinguirla a simple vista.

Las imágenes donde los periodistas Eliseo Caballero, corresponsal de Televisa en Michoacán, y José Luis Díaz Pérez, dueño y director de la agencia de noticias Esquema, aparecen charlando con Servando Gómez “La Tuta”, denominado líder de la organización criminal “Los Caballeros Templarios”, trascienden a la presunta complicidad de estos tres personajes sentados en torno a una mesa portátil. En la ecuación también está el mensaje junto a los videos que recibe la periodista Carmen Aristegui por parte de la misma organización apelando a una conocida ‘rivalidad’ entre ella y los servicios de noticias de la cadena Televisa; se entiende que los videos son una especie de arma argumentativa a favor de Aristegui en contra de lo que ella ha denunciado sobre el estilo de trabajo en la poderosa televisora mexicana. Y, por si fuera poco, sorprende el silencio –que dice tanto- por parte de las autoridades de investigación y procuración de justicia del país que por años han declarado estar buscado a Gómez Martínez, creándole un perfil casi mítico, excusándose de no lograrlo capturar porque el capo vive en las cuevas, yendo y viniendo entre las orografía de la Sierra Madre del Sur, cuando el video muestra a un despreocupado Gómez en medio del patio de una residencia que no podría pasar desapercibida.

De esta historia nos avergüenza la superficie que descubrimos en el acto de periodismo inmoral pero alarma aún más la certeza de saber que detrás de esa cicatriz herrumbrada hay una sólida columna de corrupción aparentemente imperturbable y sobre la cual también nosotros hacemos pie. El toparnos con esta percepción de la realidad solo lleva a una consecución lógica: tener desconfianza y sentir pesimismo.

Pero podemos y debemos ser mejores que eso, aunque aquello no sea nada fácil.

Por ejemplo, apenas un día antes de que estos hechos fueran revelados, el 21 de septiembre, el gremio periodístico lamentaba el asesinato del reportero gráfico Raúl López Mendoza de Cambio de Michoacán. Cuando se tuvo noticia de su desaparición (el 18 de septiembre), “en un hecho sin precedentes en la historia del periodismo michoacano, medios de comunicación, reporteros, camarógrafos, redactores y conductores buscaron afanosamente dar con el paradero del reportero gráfico”, relataba el corresponsal de Apro, Francisco Castellanos.

¿Se habrían solidarizado Caballero y Díaz Pérez a este reclamo que el gremio hizo al comisionado de seguridad en Michoacán, Alfredo Castillo, para dar con su colega desaparecido? ¿Habrían tenido conciencia de sus acciones al reclamar respuestas bajo la vieja consigna de que ‘atacar a un periodista es atacar a la sociedad’ cuando todo parece indicar que sostienen una perversa relación con el crimen organizado? ¿Podemos confiar en el resto de los periodistas? ¿Será distinta esa complicidad que se advierte entre la prensa y el crimen organizado, que la que tradicionalmente se realiza con las autoridades civiles? ¿Aquel que desconfía de todos los actores anteriores realmente está haciendo un mejor periodismo?

Carlos Monsiváis era escéptico ante toda esta desconfianza y la creciente denuncia de escándalos públicos que, en teoría forjaba un periodismo más combativo, crítico y comprometido, porque “por mucho que se desacredite a los implicados, muy poco hace que suceda y, mientras, el sistema sigue intacto, fascinado por su capacidad auto regenerativa y con la conversión del escándalo en industria del desquite efímero… y la prensa sirve al deseo de cambio hasta que la corrompen, o se corrompe para que llegue tarde el intento de cambio, o se burocratiza para impedir que la corrupción la corrompa”. Pero, ¿cuál es la causa del pesimismo? Lacónico Monsiváis decía que el problema era la creencia de que la información es poder.

La información, sin embargo, es un servicio; buscarla y compartirla es un ejercicio de libertad e independencia, el transmitirla con exactitud e íntegramente solo puede inducir y proteger la libertad de las personas. Los periodistas pueden ser agentes que propicien la libertad en la toma de decisiones cuando comparten la información que constituye conocimiento. Adelino Cattani sugiere cómo hacer de la información un servicio: “Trata de decir la verdad; y si pretender la verdad es excesivo, basta con no decir lo que uno sabe que es mentira, para lo cual no tiene pruebas suficientes y no puede justificar o defender”.

En defesa del periodismo, casi providenciales resultaron las distinciones que recibieron Marcela Turati (México) y Javier Darío Restrepo (Colombia) por sendas trayectorias periodísticas, pues es vital y urgente tener referencias certeras de un periodismo ético y corresponsable. Más en estos momentos tan complejos que vivimos.

La prensa y los periodistas necesitamos preguntarnos constantemente en ánimo autocrítico cómo resistir desde esta trinchera ante las seducciones o las coacciones de los poderes, cómo desterramos esa idea que hace de la información un poder y no un servicio, cómo sobrevivir a este pesimismo que nos agobia, cómo confiar de nuevo y porqué debemos confiar nuevamente. El ideal y la utopía son indispensables para nuestro oficio, sin ellos no hay un punto de referencia al cual aspirar cotidianamente.

@monroyfelipe

 

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