Por Carlos Garfias Merlos, Arzobispo de Acapulco |
Si los huracanes y los sismos son eventos frecuentes en nuestra región, tendríamos que estar preparados para afrontarlos, tanto en el momento de la emergencia como en los procesos de reconstrucción que se siguen. Hace un año sufrimos los estragos de la tormenta tropical Manuel y del huracán Ingrid, que al combinar sus efectos causaron un grave daño entre nosotros. Lo que más lamentamos, entonces, fueron las pérdidas humanas, sin restarle atención a las pérdidas materiales como la infraestructura de vivienda, caminos y servicios públicos.
Pero dicho evento nos ha dado la oportunidad de medir hasta qué punto estamos preparados para disminuir los riesgos y para afrontar las emergencias. A su tiempo reconocimos la intervención valiosa de la sociedad civil y de organismos gubernamentales, que necesita ser fortalecida. y a lo largo de este año se fueron dando respuestas valiosas de algunas organizaciones civiles que han estado contribuyendo con proyectos de reconstrucción, lo mismo que las respuestas gubernamentales que, aunque de manera lenta, han estado ofreciendo resultados alentadores en algunos sectores de afectados.
Con todo, es justo reconocer que hay que avanzar mucho en este asunto. Se necesita aumentar la capacidad de respuesta, tano social como gubernamental y, sobre todo, una coordinación adecuada que ponga condiciones para una mayor eficacia de los esfuerzos que se generan en la sociedad civil y en el gobierno. A nuestro juicio, aún padecemos cierta inercia o desconfianza entre ambos ámbitos, que necesitan ser superadas por el bien del país. Los recursos de la sociedad, que tiene un gran potencial de voluntariado y los del gobierno, que tiene la obligación de encabezar la emergencia y la reconstrucción debieran contar con una dinámica de colaboración para afrontar situaciones de crisis y para hacer frente al inmenso desafío de una reconstrucción.
Con respecto a la reconstrucción, es importante contar con un concepto integral de la misma para que sea eficaz: Si, por una parte, es importante la reconstrucción de la infraestructura material dañada, consideramos que es mucho más importante reconstruir a las comunidades, a los pueblos y a las personas. Creemos que en este aspecto, hay un grande déficit que tiene que ser atendido. Para que esto suceda, se requiere promover procesos autogestivos y solidarios, dos características básicas que la doctrina social de la Iglesia propone para todo auténtico esfuerzo de desarrollo integral. Al respecto, hay muchos pendientes que atender y todos debiéramos sentirnos responsables de ellos.