Por Eugenio Lira Rugarcía, Obispo auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM |

Hoy celebramos a san Jerónimo, sacerdote que entre los siglos IV y V, por encargo del Papa san Dámaso, se retiró cerca de la cueva de Belén, donde nació el Salvador de la humanidad, para, en la oración y la penitencia, estudiar, traducir al latín y comentar la Biblia, cuya versión, llamada Vulgata, se difundió en Occidente.

La Biblia contiene la Palabra de Dios que Él mismo nos ha comunicado a través de los autores a quienes inspiró, elevando su inteligencia, moviendo su voluntad y facultando sus capacidades, para que pusieran por escrito todo y solo aquello que Dios mismo quería, usando ellos los conocimientos y expresiones de su época.

Por eso, para entender lo que Dios quiso decirnos a través de los autores que inspiró, es preciso conocer el género literario, el contexto histórico y otros aspectos, teniendo en cuenta la totalidad de la Revelación. Esto implica conocer también la Tradición de la Iglesia, que junto con la Biblia constituye el único depósito de la Revelación.

En este camino de comprender la palabra de Dios debemos dejarnos iluminar por el Espíritu Santo, quien nos ayuda a través del Magisterio, que es la enseñanza del Papa y de los Obispos. A nadie se le ocurriría que cualquiera puede interpretar sólo un libro de Álgebra avanzada, ¡menos algo infinitamente más grande, como lo es la Palabra de Dios!

En general, podemos decir que la formación de la Biblia, que se divide en dos grandes partes, Antiguo y Nuevo Testamento, comenzó con la predicación oral, que luego fue recogida por escrito en diferentes fragmentos, reunidos posteriormente en bloques que se fueron uniendo hasta dar como resultado las fuentes, y luego los escritos definitivos. Del Nuevo Testamento, la 1a carta de San Pablo a los Tesalonicenses, redactada hacia el año 51 es el escrito más antiguo. Los 4 Evangelios, centro de toda la Biblia, fueron escritos entre la 2ª mitad y el final del siglo I, en base a documentos anteriores, que contenían relatos y discursos de Jesús, como señala el propio San Lucas en 1,1.

En la carta a los Hebreos, se nos dice: “Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz” (Heb 4,12); es luz para responder a las preguntas de la vida, consuelo, guía, fuerza, esperanza y estímulo para practicarla, haciendo vida lo que el Señor nos pide por nuestro bien.

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