Por Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas |
VER
Cada vez más se ve como “natural” que unos jóvenes, casados por la Iglesia y lo civil, se separen, se divorcien civilmente y formen una nueva pareja. Tomar estas decisiones, les parece como un derecho, una conquista, algo que a sus padres no les debería extrañar y molestar. No toman en cuenta los derechos de sus hijos. No valoran los traumas que esta situación les genera y los desconciertos que sufren. Lo que les importa es sentirse capaces de hacer una nueva conquista y no aparecer como fracasados. Cuando los hijos andan mal en la escuela, o se refugian en pandillas, sus padres no asumen que esto es una reacción que expresa la necesidad de cariño y de aceptación que tienen los hijos, que se sienten solos, como en el aire, sin seguridad. Es como un grito que pide reconciliación entre sus padres, pero estos ya se hicieron sordos.
Son muchos los jóvenes que consideran imposible y absurdo comprometerse a un matrimonio estable y definitivo, que sea para siempre. Aunque se casen por la Iglesia y digan que están de acuerdo, es de labios para fuera, pues lo que vale más para ellos es el sentimiento, mientras se quieran; con ello hacen nulo el vínculo matrimonial; no hay matrimonio verdadero. Y se justifican: “Si ya no nos entendemos, ya no nos queremos, cada quien por su lado… ¿Por qué permanecer con alguien a quien ya no amamos? ¿Acaso no tenemos derecho a rehacer nuestra vida?”
PENSAR
El Instrumentum laboris (como cuaderno de trabajo) previo al Sínodo que se desarrolla en Roma, sobre la familia, se exponen las respuestas que llegaron de todo el mundo y que reflejan las inconsistencias que hoy se presentan para lograr un matrimonio como lo quiere Dios.
Se enumeran, como “motivos de fondo de las dificultades a la hora de acoger la enseñanza de la Iglesia: las nuevas tecnologías difusivas e invasivas; la influencia de los medios de comunicación de masas; la cultura hedonista; el relativismo; el materialismo; el individualismo; la creciente secularización; el hecho de que prevalgan concepciones que han llevado a una excesiva liberalización de las costumbres en sentido egoísta; la fragilidad de las relaciones interpersonales; una cultura que rechaza decisiones definitivas, condicionada por la precariedad, la provisionalidad, propia de una “sociedad líquida”, del “usar y tirar”, del “todo y en seguida”; valores sostenidos por la denominada “cultura del descarte” y de lo “provisional” (No. 15).
“Las personas son orientadas a valorar el sentimiento y la emotividad; dimensiones consideradas “auténticas” y “originales” y, por tanto, que “naturalmente” hay que seguir. Las visiones antropológicas subyacentes recuerdan, por una parte, la autonomía de la libertad humana, no necesariamente vinculada a un orden objetivo natural, y, por otra, la aspiración a la felicidad del ser humano, entendida como realización de los propios deseos. Por consiguiente, la ley natural se percibe como una herencia anticuada” (No. 22).
“Hoy, un amor se considera “para siempre” sólo en relación a cuánto puede durar efectivamente” (No. 24) “Se suele acentuar el derecho a la libertad individual sin compromiso: las personas se “construyen” sólo en base a sus propios deseos individuales. Lo que se juzga cada vez más “natural” es más que nada la “autorreferencialidad” de la gestión de los propios deseos y aspiraciones. A esto contribuye notablemente la influencia insistente de los medios de comunicación y el estilo de vida que exhiben algunas figuras del deporte y del espectáculo” (No. 29).
ACTUAR
En nuestro encuentro provincial sobre familias en situaciones difíciles, nos propusimos que en todas las parroquias debemos incentivar más la pastoral familiar, con mayor apertura y servicios a las personas solas, abandonadas, divorciadas, vueltas a casar. Queremos abordar temas de madurez afectiva, sexualidad, noviazgo y matrimonio, según el plan de Dios, en las catequesis de adolescentes y jóvenes, para prepararles a un buen matrimonio. En vez de lamentar, seamos una Iglesia que hace presente el amor misericordioso de nuestro buen Padre Dios.