Por Juan Gaitán |
Hoy en día hay más profesionistas y universitarios que en cualquier otra época de la historia. Además, el desarrollo tecnológico ha permitido un impresionante grado de acceso a la información.
Sin profundizar en las ventajas y desventajas de esta situación, es posible afirmar que, a raíz de lo anterior, las sociedades hoy son cada vez más y más críticas. En la actualidad, difícilmente un joven aceptará un argumento o una orden por la simple razón de que viene de una autoridad.
De este modo, las diferentes dimensiones de la vida humana (la salud, la vida familiar, la espiritualidad y religiosidad, la vida social, etc.) pasan por la mirada del ojo crítico del siglo XXI.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando la fe de un niño de diez años se critica con la profesionalidad de un adulto? Se concluiría que el niño vive en un mundo imaginario, lleno de mitos e historias “bonitas” acerca de Dios y la Biblia, que el hombre maduro simplemente no puede aceptar.
El problema en muchas personas es que su fe (o la fe que ahora rechazan) sigue siendo exactamente la misma que la que tenían cuando fueron al catecismo a los diez años de edad. Esa fe y ese entendimiento de la fe no son compatibles con una mentalidad joven o adulta.
La fe y su comprensión han de madurar a la par de la maduración psicológica e intelectual de cada cristiano. Nuestras catequistas posiblemente se esforzaban para explicar con cuentos y dibujos la Trinidad o el acontecimiento de Pentecostés, pero esos dibujos sirven para un niño, no para un hombre crítico.
Hoy más que nunca es necesario que la Iglesia cuente con cristianos preparados, no tanto para “defender la fe” (como si la fe necesitara ser “defendida”); sino para que la vivencia espiritual y comunitaria del cristiano sea cabal y fecunda.
El jesuita Carlos Valles lo dice así: “la generación adulta de hoy no ha desarrollado un entendimiento inteligente del catolicismo paralelamente al conocimiento de su especialidad y al ejercicio de su profesión. Hemos dado a luz a una generación de excelentes técnicos, grandes médicos e ingenieros, economistas y empresarios que eran autoridades en su terreno… y carboneros en religión. Así nos ha ido.”*
Otro sacerdote, hablando de este tema, comentaba: La fe es como el vestir, cuando uno crece, renueva la talla de su ropa, ¿o acaso te queda todavía el vestido que utilizaste para tu primera comunión? ¡Lo reventarías!
Que los niños vivan la fe como niños, pero que los jóvenes y adultos vivamos la fe con todas las capacidades que Dios no ha regalado. El concepto de Dios que tenemos nunca terminará de madurar, porque Dios es inabarcable, así que no nos estanquemos en nuestro caminar hacia Él.
*Carlos Valles, Dejar a Dios ser Dios.
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