Por Arturo Zárate Ruiz

No dudo que Benedicto XVI algún día llegue a los altares.  Pero temo que no lo proclamarán “santo súbito”, como a san Juan Pablo II tras su último suspiro. Por la renuncia de Benedicto al papado, no pocas personas siguen contrariadas, como ocurrió con el Papa Celestino V por dimitir.  Dante lo puso en el Infierno por “inútil”.  La opinión del poeta era mundana. La Iglesia reconoció más tarde a Celestino como santo.  Benedicto XVI le tenía mucho aprecio.

Dudo que a Benedicto se le llame posteriormente “Magno”, como lo son san León I, por enfrentarse sin más armas que la Palabra a Atila; san Gregorio I, por preservar a Europa en la fe mientras los bárbaros destruían lo que quedaba del Imperio Romano; Nicolás I, por defender la indisolubilidad del matrimonio frente a Lotario, beligerante rey francés del siglo IX, y san Juan Pablo II, por anunciar el Evangelio con valentía y, según reconocen muchos, contribuir así al desmoronamiento del imperio ateo-comunista soviético.

En cualquier caso, el cardenal Gerhard Ludwig Müller, alguna vez Prefecto de la Doctrina de la Fe, considera a Benedicto como un «verdadero Doctor de la Iglesia para la época actual», junto a poquísimos santos doctores como Tomás de Aquino y Agustín de Hipona.

Benedicto lo fue como profesor de teología en Alemania y como consultor clave durante el Concilio Vaticano II, hace 60 años.  Fue uno de los artífices del aggiornamento promovido entonces por el Papa san Juan XXIII.  Fue también guardián de la fe durante el pontificado de san Juan Pablo II, al ocupar el cargo de lo que fue antaño el “Santo Oficio”, cuya misión todavía es eliminar la herejía y afirmar la buena doctrina.  En 1986, presidió la comisión que redactó el Catecismo de la Iglesia Católica, que enriqueció versiones previas, la última de 1566, promulgada por san Pío V, y conocida como Catecismo Romano.  En 2000, Benedicto redactó la Declaración Dominus Iesus, que defiende y explica por qué la salvación sólo nos viene de Jesucristo y su Iglesia, aun cuando alcance, en ocasiones, a los no bautizados de manera ordinaria.

Como Papa, cumplió su ministerio según lo definió el mismo Jesucristo a un Pedro que no entendía todavía el rol redentor de su Señor: «Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos».

Benedicto, como gran Papa que fue, nos confirmó en la fe.

Sus tres libros sobre Jesús de Nazaret son una meditación sobre Nuestro Señor con base en los relatos evangélicos, y una confirmación rigurosa de su historicidad, frente a falsos teólogos que niegan, no sólo la divinidad del galileo, sino inclusive su existencia como hombre.

Su Discurso de Ratisbona de 2006, a profesores universitarios alemanes, resaltó que Dios, el Logos que reconocemos los cristianos, nos exige actuar según la razón, pues no hacerlo sería contrario a la propia naturaleza divina.  De allí que, desde siempre nuestra fe, aunque rebase la razón, no sea contraria ni la expongamos rechazando lo razonable, como lo hacen muchos fundamentalistas, lo cual no quiere decir que no debamos todos profundizar en los misterios mismos de la fe, pues de Dios procede todo ser, todo orden y todo lo sensato.

En su encíclica Deus Charitas Est aborda la naturaleza divina misma.  Dios, tan es amor, que no entrega bienes de manera indistinta a los necesitados, como algunos filántropos, sino que se entrega Él mismo de manera personalísima a cada uno de nosotros, como el mejor amante al procurar el bien de su amado.  Benedicto pide por tanto a las organizaciones caritativas católicas que amen, no como esos filántropos, sino como
Dios lo hace.

En Spe salvi, Benedicto nos recuerda que tenemos esperanza gracias a la fe recibida de Jesucristo, una esperanza que no se reduce a un más allá, sino incluye el más acá, pues sin fe pierde cualquier sentido el luchar por la justicia en este mundo.

En Charitas in Veritate, retoma la doctrina social de la Iglesia, particularmente el fortalecer un humanismo que concilie el desarrollo económico y social de los seres humanos, y que ayude a reducir la excesiva disparidad entre ricos y pobres, y propone la insuperable necesidad de encontrar la responsabilidad social (caridad), a través de la verdad y la humildad.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 8 de enero de 2023 No. 1435

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