Por Felipe de Jesús Monroy |
Imaginemos un mundo paralelo, virtual. Un universo en el que podemos crear, en donde podemos incluso hacernos a nosotros mismos, a nuestra semejanza o no. En este mundo virtual es posible romper las reglas de la física, de la lógica, de lo natural; vaya, podemos hacer las leyes que deseamos que los demás sigan, leyes adoptadas por los otros por miedo o por conciencia. En esta virtualidad incentivaríamos con promesas las acciones de los otros; forjadas las camarillas las pondríamos a crear o destruir imperios a voluntad. Seríamos como dioses.
Eso pasó durante el boom del fenómeno ‘Second Life’ en los ordenadores de muchos cibernautas de la década pasada y, por supuesto, se llegó a afirmar que los avatares (esas simulaciones en código binario de nuestra persona) eran una descarga emocional de lo que querríamos hacer si no tuviéramos restricciones sociales, culturales, legales o religiosas. Por supuesto, en varios espacios de este universo paralelo abundaban los excesos y la expresión de los deseos más reprimidos.
Pero algo pasó. Un avatar comenzó a rezar. Un pastor virtual edificó una catedral para guiar la oración de los fieles. Judíos, budistas, hindúes también forjaron los espacios para vivir su fe real en el espacio virtual por el que estaban de paso. Un musulmán de carne y hueso daba clic a la acción “rezar” de su propio avatar en la tierra virtual mientras él mismo hacía las oraciones prescritas por el Corán. Sobre estas islas virtuales se codificaba la conciencia trascendente. Todo esto parecería confirmar que algunos hombres buscan a Dios, incluso cuando tienen la posibilidad de ponerse en su lugar.
Hoy ‘Second Life’ está renovando su dimensión. La empresa programadora Lidnen Lab ya ha anunciado que relanzará con Facebook y sus prometidos Oculus Rift las nuevas configuraciones de este mundo virtual, más apropiadas a las tecnologías en boga y las actitudes de interfaz que los usuarios ya han adoptado. La reprogramación de dicho juego es un tema apasionante no solo por los comandos e instrucciones lógicas que requiere la nueva plataforma sino porque hay gente que ‘ha vivido’ allá por más de diez años. Hay usuarios cuyos avatares han edificado estructuras bellas e imposibles, quienes han hecho pequeñas fortunas por su esfuerzo y habilidad en ‘Second Life’, personas que han conocido sentimientos humanos difíciles de vivir en la realidad.
Nuevamente los dioses programadores retan a los hombres de carne y hueso a preguntarse si podrán dominar ese nuevo universo que se presenta seductor, quizá la vida virtual que ya experimentamos en nuestra vida cotidiana no les es suficiente y trasladarnos allá es el tributo que exigen para que su mundo exista. Si esto último fuera cierto: ¿cómo hacemos patente nuestra humanidad, nuestra espiritualidad y convicción ética o religiosa sobre la gran carretera de la información, en medio de esta red global, presente en esta segunda vida?