2ª parte | Por Francisco Xavier Sánchez |
El documento de la III Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos en torno al tema de la familia, tenido en Roma del 5 al 19 de Octubre de 2014, es un texto de 3 partes dividido en 58 números. En la tercera parte que trata sobre las perspectivas pastorales del Sínodo, se encuentra el capítulo: “Sanar las familias heridas (separados, divorciados no vueltos a casar, divorciados vueltos a casar)”, y comprende una reflexión dividida en 10 números, del 40 al 49. Capítulo que ahora comento.
El texto inicia recordando que en el Sínodo resonó la necesidad de implementar “opciones pastorales valientes” en torno al tema de los divorciados. ¿Por qué valientes? Porque hasta la fecha en la Iglesia –de manera institucional– se ha evadido el tema de los matrimonios casados por la Iglesia y posteriormente separados, divorciados. ¿Qué hacer cuando una pareja se ha casado por la Iglesia y posteriormente por diferentes razones se han llegado a separar? Algunos (los informados en el tema) buscan la anulación de su matrimonio porque ya viven con otra persona y desean regularizar nuevamente su situación ante la Iglesia y poder acceder así a los sacramentos (confesión y comunión); otros se sienten (o son) excluidos de la Iglesia por considerarse (considerarlos) en grave pecado mortal, y casi casi sin la posibilidad incluso de entrar físicamente en el templo. ¿Qué hacer ante estos casos cada vez más numerosos y que comportan sufrimiento?
Me parece que el Sínodo, presidido por el Papa Francisco, puso el dedo en la llaga y buscó no evadir la responsabilidad de la Iglesia jerárquica (obispos y sacerdotes) en esos casos concretos de “ruptura matrimonial”. Se ha hablado por lo tanto de una urgencia por encontrar “nuevos caminos pastorales que partan de la efectiva realidad de las fragilidades humanas” (40). Es decir que se propone a los obispos ser valientes y propositivos ante el caso de tantos matrimonios recompuestos a los que hay que prestar ayuda pastoral. También se recuerda que esas situaciones, las más de las veces, han sido “sufridas” más que “elegidas” en plena libertad (por lo menos por alguno de los dos cónyuges. Y esto es algo muy cierto ya que el matrimonio para que funcione tiene que ser obra de los dos. ¿Pero qué hacer cuando uno de ellos no se compromete?
El documento recuerda dos actitudes fundamentales en el acompañamiento a los divorciados: la escucha y lahumildad. No se trata de ir con la Ley bajo el brazo para inmediatamente amonestarlos por haberse separado y tal vez en algunos casos estar ya viviendo con otra persona, sino de escucharlos primero para tratar de entender su situación y hacerlo incluso con humildad. Citando para esto unas hermosas palabras del Papa Francisco en Evangelii Gaudium: “La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos –sacerdotes, religiosos y laicos– en este “arte del acompañamiento”, para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro.”
Ante cualquier ruptura matrimonial existen secuelas de dolor y en ocasiones de rencor. Por tal motivo el Documento invita a los afectados a buscar el perdón, pensando también en el bien de los propios hijos, que no deben ser vistos nunca como objetos de disputa.
En los números 43 y 44 se habla de los procesos de nulidad matrimonial que varias parejas solicitan, para “anular” su matrimonio anterior y poder casarse con la persona que ahora viven. Se pide que se faciliten los tramites y tiempos en estos procesos canónicos. E incluso se les pide a los obispos mayor responsabilidad en estos casos buscando poner algún sacerdote en su diócesis que pueda asesorar “gratuitamente” a los interesados.
Finalmente con respecto a la participación en los sacramentos (confesión y comunión) de las personas divorciadas, me parece que el texto no es muy claro al respecto dando a entender lo siguiente: 1). Que los divorciados(as) que no se han vuelto a juntar con otra persona busquen acercarse a los sacramentos ya que para ellos no hay “problema” en recibirlos (es hasta ahora la postura oficial de la Iglesia). 2). Que los divorciados que se han juntado con otra persona realicen un “camino penitencial –bajo la responsabilidad del obispo diocesano-, y con un compromiso claro a favor de los hijos. Se trataría de una posibilidad no generalizada, fruto de un discernimiento actuado caso por caso, según una ley de la gradualidad, que tenga presente la distinción entre el estado de pecado, estado de gracia y circunstancias atenuantes.” (n. 47). La cita que he transcrito no es clara –por lo menos para mí– y deja abiertas varias dudas y posibilidades de entendimiento: ¿Finalmente se les puede dar o no dar la comunión? Se habla de una “posibilidad” aunque de inmediato se añade que no sea algo “generalizado”. En todo caso se recomienda que cada caso sea analizado por separado y bajo la responsabilidad del obispo diocesano. ¿Esto quiere decir que el sacerdote no puede tomar la decisión por él mismo (en su conciencia) y que se lo tiene que comunicar al obispo del lugar? Este tema (de los sacramentos) no fue resuelto con claridad en el Sínodo, ya que como el mismo texto lo indica en su parte final, algunos decían que sólo se les podía motivar a recibir la “comunión espiritualmente” (pero no la hostia concreta), a lo cual algunos obispos objetaban: “¿si es posible la comunión espiritual, por qué no es posible acceder a la sacramental?” (n. 49).
El documento termina sus números dedicados a tratar el tema de los divorciados señalando que todavía hay varios elementos a seguir reflexionando, por ejemplo el de los matrimonios mixtos e interreligiosos. Elementos que seguramente estarán presentes en el Sínodo previsto para el próximo año.
Concluyo señalando que se ha realizado un paso importante en lo referente al acompañamiento espiritual de los divorciados en la Iglesia católica. Todavía se tiene mucho trabajo por hacer sobre todo en lo referente alaggiornamento (puesta al día) de sacerdotes pre-conciliares que en ocasiones siguen tratando mal y rechazando, por lo menos escuchar, a personas que sufren la fractura de su matrimonio anterior y que muchas veces viven con su nueva pareja un matrimonio santo y ejemplar.