Ante la crisis de gran calado que vivimos aquí y a nivel mundial, tenemos la tentación de caer en el pesimismo, en la fatal actitud derrotista de la que nos quiere prevenir el papa Francisco. Y vaya que como vigía y centinela, desde su puesto privilegiado, el Papa conoce lo que acontece en el mundo, y discierne las causas y las consecuencias, tanto de los gozos y esperanzas como de las angustias y tristezas que vive la humanidad.

En su exhortación “La alegría del Evangelio” nos invita a afrontar con lucidez y valentía los grandes desafíos culturales que vive hoy la humanidad (EG 61ss). Al hablar de “desafíos culturales”, no nos referimos sólo a ciertas manifestaciones exteriores que nos hacen ver cómo pasan de moda tradiciones y costumbres, sino al deterioro de lo que es raíz y cimiento de nuestra vida como personas, como familia y como sociedad.

Entre los retos más grandes están la indiferencia y el relativismo, que ignoran o desprecian los valores éticos, como si éstos fueran una especie de dictadura de la que ya es tiempo de liberarnos. Otro desafío cultural es la globalización que barre parejo la identidad o idiosincrasia de los pueblos. También hay que señalar el desencanto de las ideologías, lo que lleva a desconfiar de cualquier proyecto que sustente la vida social y la relación entre las personas.

En esta coyuntura, la comunidad cristiana no puede permanecer pasiva. El Papa afirma que “es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio… toda cultura y todo grupo social necesitan purificación y maduración” (Ib. 69). La responsabilidad que pesa sobre los católicos es muy grande pues, según las más recientes encuestas, nuestra Iglesia sigue siendo ante la opinión pública una institución confiable.

Pero se requiere de los sacerdotes, institutos religiosos y grupos eclesiales una mayor sensibilidad ante los problemas de la gente, una mayor cercanía y compromiso con el pueblo. Es preciso que desde el seno de nuestras familias, de las escuelas, de nuestros barrios y comunidades parroquiales ofrezcamos el testimonio de una fe encarnada en la vida y comprometida con la sociedad.

Hemos de reconocer también los esfuerzos de muchos padres de familia, maestros y escuelas, grupos apostólicos, organizaciones civiles y líderes laicos por reconstruir el tejido social. Por otra parte, en nuestros pueblos se conservan, gracias a Dios, enormes recursos que heredamos, un sustrato de cultura y humanismo que hemos de cuidar, fortalecer y hacer crecer.

“Con una mirada de fe, nos advierte el papa Francisco, no podemos dejar de reconocer lo que siembra el Espíritu Santo”. Gracias a la generosidad de algunos bienhechores, la tenacidad y entusiasmo del padre Eduardo Corral Merino, responsable de Pastoral Universitaria, y la participación constante de varios laicos, hombres y mujeres, esta casa ha sido desde hace cinco años un lugar de encuentro y diálogo con académicos, empresarios y políticos.

Además de albergar la mínima estructura administrativa indispensable, ha sido espacio de reflexión evangélica y oración, de ejercicio de discernimiento y análisis de la realidad social. Me alegra saber que aquí se ha logrado crear una comunidad de trabajo y de aprendizaje en la que maestros y estudiantes, empresarios y actores de la sociedad civil, con una mística de servicio y en un clima de diálogo, pretende ofrecer el Evangelio al mundo. Como alguien ha observado, el objetivo es hacer pensar a los que actúan y hacer actuar a los que piensan. Mi mayor deseo es que sea cada vez más un organismo confiable, propositivo, lugar de encuentro y diálogo conciliador.

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