Personajes de dentro y de fuera de la Iglesia católica se han “sorprendido” por la capacidad comunicativa del Papa Francisco. No se trata de una improvisación: ha trabajado un modo comunicativo anclado a lo mejor de la tradición cristiana: primero el gesto, después el signo y, al último, la palabra.

Vamos a poner un ejemplo. El tema de las regaderas en la columnata de Bernini, que abraza la Basílica de San Pedro. El anuncio no fue hecho por el Papa sino por su limosnero. Desde luego, la iniciativa (el gesto) es de Francisco quien no obstante recibe todos los días a los dignatarios del mundo, no pierde perspectiva y observa cómo hacer que la caridad de la Iglesia llegue a los que poca caridad humana alcanzan.

Después, el signo. En este caso, el signo es un “medio pobre”: las tres duchas para que puedan bañarse los cientos de sin techo que mendigan alrededor de la Plaza de San Pedro. Una humilde iniciativa que debería tener repercusión en todas las plazas del mundo, más aún, del mundo católico. La inversión es mínima, pero no se trata de montos: se trata de amor al pobre. El Papa le ha transmitido una orden a su limosnero: que en su cuenta de banco no quede ni un euro, que esté siempre en ceros.

Al final de la cadena –nosotros la ponemos al principio—la palabra. El Papa dice que le gustaría “una Iglesia pobre y para los pobres”. Después de éste ejemplo –junto con los muchos que ha dado—lo que diga me convence. Lo siento y lo sé real. Es el testimonio que acompaña a la caridad verdadera. La caridad de Cristo, esa que nos habría de urgirnos si nuestro corazón no fuera de piedra.


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