Por Felipe de J. Monroy, Director de Vida Nueva México |

Éxodo: Dioses y reyes (Ridley Scott, 2014) es una superproducción cinematográfica que recrea el famoso libro bíblico en donde Moisés libera al pueblo de Israel del yugo egipcio después de una serie de plagas y manifestaciones divinas.  Una producción a la que no podríamos exigirle más espectacularidad que la ya encontrada en otros filmes del director (Gladiador, 1492: La conquista del Paraíso, Cruzada) y que, bajo una imponente profundidad 3D y una estremecedora pista sonora (Alberto Iglesias), logra seguir los trazos del relato fundacional hebreo de la búsqueda de la Tierra Prometida.

La versión cinematográfica, si bien se acerca al texto original, se permite ciertas licencias de adaptación que exige el espectador contemporáneo: velocidad distribuida, secuenciados clímax emocionales y un heroísmo que dignifica la razón y la historia.

Reinterpretando los sagrados textos de las tres religiones abrahámicas monoteístas (aunque quizá más inspirado en el poema medieval anglosajón homónimo del siglo XI), Éxodo no habla de hombres predestinados, elegidos y sujetos al indómito carácter superior de Dios, sino de hombres y mujeres con historias específicas, con dudas e inquietudes, cuya libertad es finalmente la mejor herramienta para la concreción de la voluntad divina.

Es así que los caminos de Moisés (Christian Bale) y del faraón Ramsés II (Joel Edgerton) se extienden hacia el anhelo acariciado más entre la incertidumbre y la duda, que en la certeza o la seguridad. Moisés y Ramsés no son hombres de fe, son pragmáticos, administradores de la fuerza y la razón entre los hombres; sin embargo, la distancia que habrán de tomar como hermanos es equivalente al horizonte que logran mirar cada uno cuando contrastan su fe en el diálogo con su historia, con su realidad y con su trascendencia.

El filme intenta auxiliar con una paráfrasis moderna al legendario relato y desde esta lectura se entienden conceptos como la búsqueda de la libertad, el derecho a la paz, la denuncia de la corrupción, la fatua ilusión de los imperios, el indoblegable espíritu contestatario del hombre y la irrenunciable lucha por la dignidad. Sin embargo, Éxodo no deja de mostrar los diferentes rostros de un Dios que, indignado por el sufrimiento, somete todas las leyes de la naturaleza excepto una: la voluntad humana.

Scott logra una obra de matices narrativos pero deja de lado lo simbólico para centrarse en la materia expresiva: dice tanto la zarza ardiente como el montículo de piedras en el camino, dice igual la efigie monolítica del palacio que la ley labrada sobre roca; la espada es espada y la guerra es guerra. Solo hasta que los hombres dejan de mirar la superficie encuentran la historia que los condujo hasta allí.

El filme reproduce las secuencias esperadas: la revelación, las plagas, las muertes del primogénito, el discurso de Moisés, el paso del Mar Rojo y la persecución del faraón iracundo. Pero en cada una de ellas demuestra el motivo central de la propuesta: la realidad es un hecho inequívoco e incontrovertible, cuya transmutación hacia la fe o la increencia  toma camino en medio de la incertidumbre.

@monroyfelipe

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