Por Fernando Pascual |

Cristo lo dijo claramente: «Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo» (Jn 15,19; cf. 1Jn 3,13).

También afirmó: «¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas» (Lc 6,26).

Por eso un cristiano que desea vivir a fondo su fe debería asustarse si recibe alabanzas, si recoge aplausos, si no es cuestionado, si el «mundo» se siente a gusto con él.

Nuestra fe católica nos lleva a ir en dirección opuesta al mundo y a sus engaños, a romper con las tinieblas, a dejar el pecado, a alejarnos «de los que suscitan divisiones y escándalos contra la doctrina que habéis aprendido» (Rm 16,17).

La invitación de san Pedro es hoy actual como hace casi 2000 años: «Salvaos de esta generación perversa» (Hch 2,40). Tenemos que huir, desde lo que enseña san Juan, de un mundo que «yace en poder del Maligno» (1Jn 5,19).

En el largo camino de la historia humana, los creyentes en Cristo tenemos la tarea de vencer a un mundo que nos quiere aniquilar. «Pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. Pues, ¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1Jn 5,4-5).

Estamos en una lucha a muerte, una lucha que «no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes» (Ef 6,12-13).

La batalla arrecia, pero confiamos en las palabras del Maestro: «yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Con Él a nuestro lado no seremos absorbidos por el mundo del mal, sino que viviremos ya desde ahora como «hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad» (Ef 5,8-9).

 

 

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