Por Alberto Suárez Inda, Arzobispo de Morelia |

Es ya una tradición a nivel mundial hacer una Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos (18-25 de enero). Este año se propuso como tema de reflexión para sensibilizarnos ante la urgente necesidad de trabajar por la paz y la concordia entre los cristianos, la expresión bíblica “Dame de beber” (Jn 4,7). Es importante esta iniciativa de orar intensamente en todo el mundo para que los que creemos en Cristo seamos uno. Esta iniciativa tiene su origen en un episcopaliano de los Estados Unidos, Paul James Wattson (1863-1940), que después la Iglesia Católica asumió junto a las diferentes iglesias y movimientos cristianos. San Juan Pablo II, gran promotor de esta tarea de unidad, fue el primer Papa en escribir una encíclica dedicada al ecumenismo: Ut unum sint, para que seamos uno (1995).

Todo viaje que se emprende bajo la luz intensa del sol, poco a poco debilita las fuerzas y el cansancio aparece indudablemente. Entonces se tiene sed y se grita: “Dame de beber”. Aprender a beber del agua que el hermano que camina a nuestro lado porta consigo, implica el conocerse a sí mismo para reconocer lo que se tiene y lo que no se tiene, sólo así se podrá viajar bajo el sol y en un camino largo, compartiendo los dones propios y sabiendo recibir los del hermano. Ésta es la actitud indispensable que debe animar el diálogo entre las diversas religiones, principalmente entre los cristianos.

Es necesario proclamar con fuerza que Dios nos ha creado a todos, sin excluir a ningún ser humano, a su imagen y semejanza. Este Dios que por amor nos formó lo hizo según su imagen: Trinidad, unidad en la diversidad. Es preciso denunciar con decisión las situaciones de pecado que en nuestra sociedad provocan discriminación, miedo, represión y otras violaciones a los derechos humanos; renunciar rotundamente a esas actitudes y estructuras sociales que excluyen y que dañan la unidad, donde los derechos son pisoteados. Testimoniar abiertamente que Dios es amor, mediante la reconciliación y el perdón a nuestros hermanos. Solamente si somos capaces de iluminar nuestras diferencias con la luz de la fe, podremos ubicar las injusticias que nos dividen renunciando a ellas y testimoniando que la unidad en el amor es posible, a pesar de las diferencias, las cuales no deben ser obstáculos para poder convivir armónicamente sino en enriquecimiento mutuo.

Pensemos en el encuentro de Jesús con la mujer samaritana en el pozo de Jacob. Evidentes diferencias se encuentran en aquel sitio: un hombre y una mujer, un judío con una samaritana (los samaritanos eran rechazados por los judíos), uno con sed y la otra con un cántaro para tomar agua, y sobre todo, Dios hecho hombre y un ser humano. Con todas estas características diversas, el diálogo y la empatía entre Jesús y la samaritana es un verdadero milagro.

Cuántas veces hemos escuchado las noticias de asesinatos de mujeres en manos de sus esposos, balaceras entre diferentes grupos armados, corrupción por parte de aquellos que tienen más poder. Jesús no actúa con ventaja ante la samaritana: no la insulta ni la golpea, no la humilla ni la coacciona, no, sino que tratándola con toda la humanidad posible le pide un favor, “dame de beber”, propiciando un diálogo sincero pero respetuoso donde ambos comparten sus dones: la samaritana, su vida personal y la necesidad de liberarse de su pecado; y Jesús, el perdón y la salvación.

Todos debemos ser promotores de unidad en nuestras familias y comunidades. Oremos especialmente para que los cristianos, peregrinos en este mundo y compañeros del mismo viaje, seamos una sola familia. Superemos las rivalidades, desterremos el odio, no vivamos en la indiferencia y así podamos presentarnos ante Dios confiando en que nos perdone y siendo testimonio vivo de reconciliación en el mundo.

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