Por Óscar Juárez | El Puente –Diócesis de Ciudad Guzmán |

Los países que conforman esta región  son: Guatemala, Belice, Honduras, El  Salvador, Nicaragua, Panamá y Costa  Rica. Es una tierra muy fértil, llena de  ríos y sobre todo abundancia en re- cursos naturales, que aún con eso está  llena de pobreza. La historia ofrece  algunas respuestas.

A finales de los años setenta se vivió una época de crisis económica, política y social. Los países que se encontraban en conflicto, como El Salvador, Nicaragua y Guatemala, se convirtieron en  principales expulsores de migrantes; por otra parte, Costa Rica, Belice y Honduras se convirtieron en países receptores.

Una década más tarde los conflictos armados, materializados en guerrillas, revoluciones y golpes de Estado, pro- vocaron que los centroamericanos migraran hacia Belice y México en busca de refugio. Tan solo de El Salvador migraron 180 mil ciudadanos hacia Guatemala y 50 mil a México.

En 1990 los conflictos armados habían cesado, lo que generó un cambio en el patrón de migración; los centroamericanos ya no huían de conflictos armados, lo hacían del hambre, la violencia, la injusticia, los gobiernos inestables y el crimen organizado.

José es un Hondureño que relata su recorrido por México: “después de recorrer miles de kilómetros, unos tramos caminando y otros en autobús, se llega a la frontera con México, y ahí es donde inicia la prueba de fuego. Cruzas el río en una balsa, la gente que te cruza no cobra tan caro y es la forma más rápida de cruzar. Depende de por dónde entres es dónde inicia el camino, puedes entrar por Tapachula (Chiapas) El testimonio de un Hondureño que cruzó por Guadalajara Centroamérica es una tierra golpeada o por Tenosique (Tabasco); yo entré por Chiapas, llegué a Arriaga y de ahí me fui a Ixtepec (Oaxaca) donde me quedé unos días en el albergue, luego tomé el tren y llegué a Tierra Blanca (Veracruz), de ahí me seguí hasta llegar a Lechería (Estado de México), en ese punto es donde uno decide por dónde va a cruzar, o se sigue derecho y toma la ruta que va rumbo a Saltillo (Coahuila) y de ahí hacia Laredo, Reynosa o Piedras Negras, aunque ya casi nadie se cruza por Reynosa y Laredo porque está bien caliente esa zona debido a los Zetas, o tomas la ruta del Pacífico que se va por Guadalajara, Mazatlán y llega hasta Nogales”.

Continuó el relato: “La primera vez que cruce por México tomé la ruta de Saltillo e intenté cruzar por Laredo, pero casi me secuestran, así que esta vez mejor me vine por la de Guadalajara para ver cómo me va… El camino está muy pesado, ya que se sufre mucho; arriba del tren pasas hambre, sed, hace mucho calor, te enfermas y casi no duermes porque hay que estar alerta día y noche. En el tren viaja de todo: niños, mujeres, ancianos, delincuentes.

Por eso el ambiente a veces puede volverse peligroso, porque si van personas malas, que pertenecen a una mara o algo así, te pueden asaltar, violan a las mujeres y se la pasan drogándose. Es mejor que uno se mantenga alerta de sus cosas, aunque eso implique no dormir por varios días”.

“Hay zonas muy peligrosas donde secuestran gente; llegan camionetas, se detiene el tren y a punta de pistola comienzan a bajar a la gente, los suben a las camionetas y se los llevan, si uno tiene dinero se lo quitan, pero si no lleva nada, lo golpean para que diga el número de su familia y así llamarle para pedirle dinero. Si no tiene dinero su familia, a usted lo matan y ahí quedó”.

“Si nos va bien y no nos topamos con narcos, también tenemos que cuidarnos de los policías, ya que si no les das pisto (dinero), te amenazan con hablarle a los agentes de migración para que te deporten”.

Finalizó: “Es un viaje muy cabrón, donde uno tiene que aguantar de todo. Subirse al tren no es por gusto, es por necesidad y mucha gente no lo entiende, cree que estamos aquí porque nos da flojera trabajar en nuestro país y solamente venimos a pedir comida o dinero, pero no es así, venimos porque allá está muy dura la situación y tenemos una familia que mantener. No queremos que nuestros hijos tengan que hacer este viaje más adelante”.

La distancia que se recorre cuando uno quiere llegar a la frontera con Estados Unidos pasando por México es de 4 mil 800 km; pero ahí no acaba la travesía, aún falta caminar durante aproximadamente 4 noches por un desierto donde las temperaturas rebasan los 40 grados, o cruzar un río con fuertes corrientes y remolinos; además de sufrir sed y hambre, mientras te escondes para que las autoridades migratorias de Estados Unidos no te encuentren y te deporten.

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