COLUMNA FE Y RAZÓN | Por Luis-Fernando Valdés |

Terroristas del Estado Islámico decapitaron a 21 cristianos coptos. El Papa Francisco, consternado, declaró que estas víctimas son “mártires de todos los cristianos”. ¿El Pontífice nos pide aceptar como santos a estos cristianos no católicos?

El Santo Padre ha impulsado el ecumenismo con gran fuerza. Pero, lo mismo que sucedió con Juan Pablo II, no han faltado quienes malinterpretan los gestos ecuménicos como si fueran una desviación de la ortodoxia católica.

Más que esa supuesta “herejía” de los papas, la realidad es otra. Francisco ha visto que el diálogo teológico –al que no le resta importancia– va muy lento, mientras que la vida misma de los fieles de las diversas confesiones empuja a una búsqueda más inmediata de la unidad. Muestra de ello es la devoción a los mártires, que has traspasado las fronteras de cada confesión.

Entrevistado por el vaticanista Andrea Tornielli, el Santo Padre dio esta explicación fundamental: “Hoy existe el ecumenismo de la sangre. En algunos países matan a los cristianos porque llevan consigo una cruz o tienen una Biblia; y antes de matarlos no les preguntan si son anglicanos, luteranos, católicos u ortodoxos. La sangre está mezclada. Para los que matan somos cristianos. Unidos en la sangre, aunque entre nosotros no hayamos logrado dar los pasos necesarios hacia la unidad, y tal vez no sea todavía el tiempo.” (Vatican Insider, 14 dic 2013)

Esta visión del ecumenismo no es nueva. Ya la tenía san Juan Pablo II, quien –como preparación para el Jubileo del año 2000– escribió: “En nuestro siglo, el testimonio ofrecido por Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes” (Tertio millennio adveniente, 37).

Durante ese Gran Jubileo, Juan Pablo II celebró una conmemoración ecuménica de los mártires del siglo XX, en la que expresamente se refirió al Metropolita ortodoxo de San Petersburgo, Benjamín, martirizado en 1922, y al Pastor luterano Paul Schneider, asesinado en el campo de concentración de Buchenwold, en 1939), ambos venerados en sus respectivas confesiones.

Y añadió: “la preciosa herencia que estos valientes testigos nos han legado es un patrimonio común de todas las Iglesias y de todas las Comunidades eclesiales. Es una herencia que habla con una voz más fuerte que la de los factores de división. El ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe es el más convincente; indica el camino de la unidad a los cristianos del siglo XXI” (Homilía, 7 mayo 2000).

Lo que Juan Pablo II y Francisco han cambiando no es la doctrina católica, sino la estrategia ecuménica. Antes se pensaba que primero había que llegar a un acuerdo doctrinal, para luego poder rezar juntos. Ahora se reconoce que la oración común y la veneración común a los mártires es previa a los acuerdos teológicos, porque primero se da la realidad carismática, que a veces los teólogos no aciertan a explicar.

Además, la búsqueda de la unidad de las confesiones cristianas pone de relieve que el Pontífice busca obedecer a Cristo, que en el Evangelio indicó que los demás reconocería a los cristianos porque se aman entre sí (cfr. Juan 13,35).

Lejos de un ecumenismo mediático, el Papa Francisco y sus predecesores han mostrado el verdadero rostro de la Iglesia, el de la comprensión y la caridad, que tiene una expresión privilegiada en el reconocimiento y veneración de quienes han derramado su sangre por Cristo, sin importar en que confesión fueron bautizados.

lfvaldes@gmail.com

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