IGLESIA Y SOCIEDAD | Por Raúl Lugo Rodríguez |

Muchas personas, dentro y fuera de la iglesia católica, le reprochan al Papa Francisco la falta de reformas más audaces para toda la iglesia y la conclusión, en concreto, de la reforma de la Curia Vaticana, símbolo –de muchas maneras– de lo que hace falta por reformar en la iglesia. Es comprensible que, después de la esperanza que ha suscitado su nombramiento, la urgencia de reformas sustanciales se vaya haciendo sentir con más fuerza. Yo mismo me siento a veces transido por este sentido de urgencia.

Sin embargo, y sin querer hacer aparecer las declaraciones de Francisco como muy de avanzada, sí me doy cuenta que su palabra y sus actitudes han causado conmoción y que el sector más conservador de la iglesia comienza, después de un breve momento de repliegue, a incursionar en un frente de batalla cada vez más evidente que se reviste de defensa de la ortodoxia para tratar de frenar cualquier tipo de reforma que conduzca a la iglesia a la vuelta a sus raíces originales: el anuncio de la misericordia de Dios y el proyecto de Reino propuesto por Jesús de Nazaret.

Hay varias formas en que los sectores conservadores de la iglesia han comenzado a subirse a la palestra pública para insinuar su desconfianza en el Papa y manifestar su “confusión” ante el discurso de Francisco. Recientemente, el domingo 25 de enero de 2015, el Diario de Yucatán publicó en su página editorial de la sección nacional un artículo escrito por un sacerdote, fundador de una congregación religiosa de reciente aparición y que tiene presencia en nuestra ciudad. La aparición de este artículo me brinda la oportunidad de referirme a la embestida, a veces abierta y confrontadora, a veces de una oblicuidad que es difícil de definir, en contra del Papa Francisco.

Comencé a fijarme en esto a partir de la circulación de la carta de una dirigente del movimiento Regnum Christi de los Legionarios de Cristo, y un tiempo directora del portal electrónico Catholic.net. Declaraba ella su extrañeza en la carta por la elección del Papa Francisco, a quien había conocido y tratado en varias reuniones internacionales de presencia episcopal y que le había parecido siempre alguien que se guiaba, no por la recta doctrina, sino por la búsqueda de aprobación pública.

Más tarde, cuando el Papa planteó la pertinencia del Sínodo extraordinario en 2014 para comenzar a tratar algunos temas referentes a la familia, la embestida alcanzó proporciones monumentales. Unas semanas antes del inicio de las discusiones, y vislumbrando la apertura total que el Papa favorecería en las discusiones de los obispos, cinco cardenales publicaron un libro sobre “las verdades eternas” con respecto a la familia. Ningún lector avezado podía ignorar el oculto mensaje confrontador del libro. Inaudito, sin embargo, era que uno de los cardenales firmantes del libro, considerado por observadores externos como un abierto desafío a la política reformista del Papa, fuera su mismo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en funciones. Eso no hizo más que advertir a quien quisiera verlo cuán honda era la oposición a la que se enfrentaba el proyecto renovador de Francisco y cómo las resistencias alcanzaban los más altos niveles jerárquicos, lo que habría hecho decir al Papa, en una confidencia que trascendió a los medios, “Oren por mí, que aquí me quieren despellejar”.

Más tarde, la artillería pesada de las corrientes conservadoras leyó complacida el artículo publicado en un periódico italiano por Vittorio Messori, defensor y cuasi biógrafo de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que se confesaba perplejo por las declaraciones de Francisco y ponía en duda su capacidad de conducir a la iglesia y llevar adelante a buen término su misión de ser sucesor de Pedro.

No menos importante ha sido en esta embestida contra el Papa la utilización de algunas correcciones litúrgicas aprobadas por Francisco, por parte de sectores que intentan con ellas oscurecer la propuesta reformista del Papa. Hace poco escuché con azoro, en una iglesia de Mérida, a un sacerdote que desde el púlpito, y sin relación alguna con la Palabra proclamada en esa Misa, dedicó la homilía a regañar a la comunidad por abusar de los abrazos a la hora de la paz. “El Papa Francisco lo acaba de publicar”, dijo con enjundia, refiriéndose a un reciente comunicado de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los sacramentos. No discutiré aquí sobre el tema del saludo de paz en la Misa, a mi juicio irrelevante; sólo quiero subrayar que proclamar a voz en cuello que “lo dijo el papa Francisco” para referirse solamente a estas discusiones menores y no trabajar para que sea conocido su proyecto renovador plasmado en la Exhortación Evangelii Gaudium, es cínico y desvergonzado.

Si a esto le unimos el embate de decenas de portales electrónicos autodenominados católicos que en la red se constituyen en nuevas inquisiciones, deslizan ‘correcciones’ al estilo: “lo que el Papa quiso decir fue…” y cierran las puertas a cualquier posibilidad de discusión franca dentro de la iglesia con el argumento de que son ellos los guardianes de la ortodoxia, podemos aquilatar las dificultades que el Papa enfrenta dentro de sus propias filas.

Ni en los más aciagos tiempos de la persecución desatada en los años 80’s contra de la Teología de la Liberación, los teólogos y comunidades identificados con esta corriente eclesial manifestaron tal desafío al magisterio pontificio como el que está enfrentando Francisco por parte de los grupos conservadores, ahora erigidos –como en el artículo periodístico que motiva estas líneas– en “la representación de todos los laicos del mundo”.

Dios proteja a Francisco de estos santones de la doctrina.

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