El Papa Francisco habló hoy de los hermanos. «Hermano», «hermana» -dijo- son palabras que el cristianismo ama. Y, gracias a la familia, son palabras que todas las culturas y todas las edades comprenden».

El Santo Padre subrayó que los lazos fraternos son muy importantes en la historia del pueblo de Dios y muy elogiados en el Antiguo Testamento. Su ruptura, sin embargo, recordó el Pontífice, abre un abismo profundo en el hombre y la pregunta de Dios a Caín: »¿Dónde está tu hermano?», no cesa de resonar a lo largo de la historia. »Y, por desgracia -exclamó – en cada generación, no cesa de repetirse la dramática respuesta de Caín: » No lo sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?». La ruptura del vínculo entre los hermanos afea a la humanidad. ¡Cuántos hermanos en las familias se enfadan por nimiedades, por una herencia y ya no se hablan ni se saludan. ¡Que pena!…Si pensamos que han estado en el seno de la misma madre …. Todos conocemos familias donde los hermanos no se tratan. Pidamos al Señor por ellas… para que las ayude a reunir a los hermanos y a reconstruir las familias… Y en nuestras oraciones tengamos siempre presentes a los hermanos divididos».

El vínculo de fraternidad que se crea entre los hijos de una familia, cuando hay un clima de educación de apertura a los demás, es »la gran escuela de la libertad y la paz». »Tal vez no siempre somos conscientes, pero la familia es la que introduce la fraternidad en el mundo», señaló el Papa, subrayando que a partir de esa primera experiencia »ésta se irradia como una promesa en la sociedad y en las relaciones entre los pueblos. Y la bendición que Dios, en Jesucristo, derrama sobre este vínculo de fraternidad lo dilata de una manera inimaginable, permitiendo que supere todas las diferencias de nación, lengua, cultura e incluso de religión».

»Pensad -añadió- en lo que se convierte ese lazo entre las personas, aunque sean muy diferentes entre sí, cuando pueden decir de otro: «¡Es como un hermano, es como una hermana para mí»! La historia ha demostrado suficientemente, por otra parte, que la libertad y la igualdad, sin la fraternidad, pueden convertirse en individualismo, en conformismo y también en interés personal».

La fraternidad en la familia brilla sobre todo »cuando vemos el cuidado, la paciencia, el cariño que rodean al hermano o hermana más débil, enfermo o discapacitado. »Tener un hermano, una hermana que te quiere -reiteró- es una experiencia fuerte, impagable, insustituible. Y lo mismo pasa con la fraternidad cristiana. Los más pequeños, los débiles, los pobres deben enternecernos: Tienen «derecho» a robarnos el alma y el corazón. Sí, son nuestros hermanos y cómo tales debemos amarlos y tratarlos . Cuando esto sucede, cuando los pobres son como de casa, nuestra fraternidad cristiana se reaviva. Los cristianos, de hecho, salen al encuentro de los pobres y los débiles no para obedecer un programa ideológico, sino porque la palabra y el ejemplo del Señor nos dicen que son nuestros hermanos. Este es el principio del amor de Dios y de toda justicia entre los hombres».

»Y ahora -improvisó- os sugiero que en silencio, cada uno de nosotros, pensemos en nuestros hermanos y hermanas y recemos por ellos». Y después de que toda la Plaza de San Pedro permaneciese en silencio unos minutos, Francisco dijo: »Con esta oración les hemos traído a todos aquí para recibir la bendición».

»Hoy más que nunca -acabó- es necesario volver a llevar la fraternidad al seno de nuestra sociedad tecnocrática y burocrática: entonces también la libertad y la igualdad tomarán su entonación correcta. Por lo tanto, no privemos a la ligera a nuestras familias, por temor o por miedo, de la belleza de una experiencia fraterna amplia … Y no perdamos nuestra confianza en la amplitud de horizonte que la fe es capaz de dar de esta experiencia, iluminada por la bendición de Dios».

 

 

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