El Observador |

«El calvario que padecen en el Norte los mexicanos, en su búsqueda de un trabajo mejor remunerado, no ha servido para tomar conciencia en el Sur del sufrimiento de los hermanos centroamericanos que, ante el drama de la pobreza y la violencia, tienen que abandonar su Patria buscando mejores horizontes para su vida. De igual manera son aquí presa de personas sin escrúpulos o experimentan el rechazo y aún, como en el norte, les buscan cazar como si fueran animales y no seres humanos». Esto es parte de lo que dice el documento No a la indiferencia ante el drama de la migración, que han hecho público los obispos de la frontera sur de México.

Los prelados señalan que migrar para mejorar la vida es un  derecho humano necesario para la búsqueda de condiciones que permitan superar o proteger las necesidades básicas de la vida. «Ese derecho debe ser protegido por todos; particularmente cuando es desconocido de una manera dolorosa, en los más débiles, por el egoísmo y la ambición de personas y grupos, como lo constatamos a diario en cientos de hermanos centroamericanos que extorsionados y agredidos de múltiples formas ponen en riesgo la vida misma en su paso por estas tierras del Sur. Estos hechos no pueden ser motivo de indiferencia, sino de dolor y vergüenza».

Los pastores catolicos expresan que la Iglesia no es  indiferente a este drama; y destacan que  son múltiples las respuestas inmediatas y generosas de cristianos católicos  y de mucha gente de buena voluntad que dan asistencia a quienes pasan cargando su esperanza o sus heridas físicas y emocionales:  como las Casas de Migrantes, parroquias y «humildes capillas que comparten el techo  y el alimento que la misma comunidad ofrece».

«Todo eso es un signo evangélico de lo que la Iglesia, comunidad de creyentes, se siente urgida a hacer para responder a la palabra de Jesús: “era forastero y me diste hospedaje”. No podemos menos que reconocer y agradecer a tantas personas que solidarias ven en el migrante al hermano ofreciéndoles empleo con salario justo, dándoles el servicio de salud,  o buscando los cambios jurídicos necesarios para darles mayores garantías»; senalan los obispos.

Sin embargo, los obispos reconocen que estas respuestas son aún insuficientes ante el fenómeno de la migración; pues «la migración, siendo un valor, aparece como uno de los dolorosos síntomas de la enfermedad social y económica que también padecen nuestros vecinos centroamericanos. Enfermedad agravada más ahora por la presencia del crimen organizado, que le pone precio a la vida de cada ser humano».

En el documento, los prelados expresan que seguirán haciendo resonar la voz del “evangelio que nos pide a todos un cambio de actitudes; es decir, pasar del egoísmo a la solidaridad; de la búsqueda de las ventajas individuales a sentirnos hermanos del más necesitado”. Y urgieron a las diócesis y a las parroquias a promover una evangelización integral que partiendo del reconocimiento de la dignidad de todas las personas, para que se atienda con especial cariño a los más débiles. “Ellos son el rostro de Cristo. Cualquier migrante debe ver en nuestras comunidades católicas “una Iglesia sin fronteras, madre de todos donde ninguna persona se siente excluida sólo por el hecho de venir de otro país. Para el cristiano no existen extranjeros, pues nuestra fe nos llama a reconocernos hermanos”.

Además exhortaron a las autoridades a cumplir el deber de asumir con mayor seriedad el tema de la migración en todos los aspectos; sobre todo, trabajando con decisión en la promoción de fuentes de trabajo digno, único camino claro para erradicar la pobreza, factor fundamental de este drama humano; sobre todo a garantizar la seguridad física y legal de quienes transitan por nuestro territorio. “La hospitalidad y los valores humanos de los mexicanos no pueden seguirse deteriorando por presiones o intereses políticos externos. La política en este campo debe definirse por los valores y principios de solidaridad y respeto a la vida y a la dignidad humana, consagrados por la  Constitución”.

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