Por Fernando Pascual |
Aquel hombre ayudó a un enemigo, mostró una entereza especial en un momento de peligro, supo actuar dignamente ante un gesto despectivo, dijo palabras que pueden consolar a otros. Pero aquel hombre era… era de un grupo humano excluido.
Para algunos resulta problemático recordar lo que “es” o “hizo” aquel hombre: en seguida se levantan dedos acusadores que lo señalan como parte de una historia condenada, como miembro de un grupo tachado como despreciable.
Sorprende en un mundo que se dice amigo de la verdad y de la justicia, que alaba la “tolerancia” y los derechos humanos, que se den este tipo de rechazos colectivos. Sorprende, porque lo que es una persona va mucho más allá del contexto en el que haya vivido o del grupo al que esté ligado de algún modo.
El mundo de hoy, como en el pasado, está lleno de etiquetas de desprecio. Etiquetas que impiden ver que también en una persona de esa raza, de ese pueblo, de esa religión, de ese momento de la historia, había o hay bondad, grandeza, heroísmo, justicia.
En medio de muchas categorías despreciadas de seres humanos hay tanto positivo por descubrir… Ignorarlo es sólo propio de quienes sucumben a mentalidades discriminatorias e injustas. Reconocerlo es permitir que la fuerza del bien que late en muchos corazones salga a la luz, por encima de desprecios y de marginaciones injustificadas.
Hay gestos buenos entre tantas personas excluidas. Sólo cuando rompamos barreras y miedos irracionales seremos capaces de darles su lugar, de rendirles un homenaje que merecen como seres humanos dignos, valientes y honestos.