Por Fernando Pascual |

Hay tiranos que no desean parecerlo. Por eso tienen miedo a todo lo que pueda quedar escrito sobre sus imposiciones arbitrarias.

Porque dar una orden por escrito significa crear un documento. Y los documentos gritan. A no ser que el tirano de turno y sus fieles esbirros sean amantes de los incendios o de las máquinas que trituran papeles.

Pero esos tiranos olvidan que la injusticia no deja de serlo porque no haya pruebas escritas de la misma. Por más que se esfuercen en actuar en las tinieblas, sus obras un día quedarán al descubierto.

Habrá, ciertamente, hechos que nunca serán registrados en las historias humanas, llenas de misterios y de huecos. Pero ninguno de esos hechos escapará al juicio decisivo de un Dios que salva a los justos y castiga a los opresores impenitentes.

Mientras, las víctimas sufren. Muchos, en silencio, ante órdenes absurdas sobre las que no hay escrito alguno. Otros, con una voz frágil que denuncia lo ocurrido, pero a riesgo de ser aplastados: como no hay documentos, el tirano sabrá desprestigiar hábilmente a quienes le denuncien.

A pesar de su dolor y de su aparente derrota, las víctimas inocentes tienen abiertas la puerta de la victoria. Basta con que conserven su integridad moral, sigan fieles a sus sanos principios, e invoquen la ayuda de Dios.

Si, además, saben perdonar, su victoria será completa. Se unirán así al gran inocente, Jesús, que murió bajo una condena injusta, mientras dirigía la mirada hacia su Padre y pronunciaba palabras de perdón desde sus labios secos.

Por favor, síguenos y comparte: