“Este es el árbol de la Cruz en el que estuvo suspendido el salvador del mundo”, resonó el anuncio del diácono en el santuario de San Pedro, cuando presentó la Cruz y llamó a adorarla. La celebración de la Adoración de la Cruz en el Viernes Santo inició con la postración total del Obispo de Roma, en el piso delante del altar de la confesión, vestido con ornamentos propios de la pasión. Después se escuchó el largo relato de la pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan que nos describe en detalle los pasos del prendimiento, la tortura y el juicio a Jesús, que termina su ejecución en la cruz.
El predicador de la casa pontificia reflexionó sobre el pedido de Jesús: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y en la llamada “Oración Universal” se invitó a rezar por la Iglesia, por el Papa, por el pueblo de Dios y sus ministros, por los catecúmenos, por la unidad de los cristianos, por quienes no creen Cristo ni en Dios, por los gobernantes, por los que sufren, entre otras intenciones por las que Francisco elevó la oración de los fieles, después de la oración en silencio por cada una de estas intenciones.
Francisco fue el primero en besar el costado del Cristo blanco en la alta y delgada cruz, como gesto de adoración. Los demás lo siguieron mientras se escuchaba el canto de los improperios que ponen en los labios de Jesús el reclamo divino: “Pueblo mío dime que te he hecho en que te he faltado”.
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