Gilberto Hernández García |
Hoy se celebra el día de la Tierra. En esta conmemoración, la organización de las Naciones Unidas (ONU) invita a dedicar este día a la reflexión y a la acción en torno a «una visión del planeta como la entidad que sustenta a todos los seres vivos de la naturaleza». La jornada rinde homenaje específicamente a la Tierra en su conjunto y al lugar que ocupamos en ella. Pero implica ir más allá de estas propuestas.
Custodios, no dueños
El Papa Francisco, como lo han hecho sus antecesores, ha dedicado palabras para animar a los cristianos y a todas las personas de buena voluntad a valorar la Tierra como un don de Dios creador. Así, esta mañana en la Audiencia General exhortó a »ver el mundo con los ojos de Dios Creador: la tierra es el ambiente que defender y el jardín que cultivar. La relación de los seres humanos con la naturaleza no esté guíada por la avidez, por la manipulación y la explotación, sino que conserve la armonía divina entre las criaturas y lo creado en la lógica del respeto y el cuidado, para ponerla al servicio de los hermanos, también los de las generaciones futuras».
En su mensaje en Twitter, a propósito de esta celebración, Francisco dijo: «Hemos de cuidar la tierra para que siga siendo, como Dios quiere, fuente de vida para toda la familia humana».
Hace dos años, en el saludo de Pascua, Francisco había dicho: «hagámonos instrumentos de esta misericordia (de Dios parael mundo), cauces a través de los cuales Dios pueda regar la tierra, custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la paz.
Paz a todo el mundo, desgarrado por la violencia ligada al tráfico de drogas y la explotación inicua de los recursos naturales. Paz a esta Tierra nuestra. Que Jesús Resucitado traiga consuelo a quienes son víctimas de calamidades naturales y nos haga custodios responsables de la creación».
Custodiar es amar
Otro Francisco, el de Asís, según recuerda Leonardo Boff, es quien mejor expresó esta ética amorosa y cordial, a la que en nuestros días invita el Papa Bergoglio. «Él unía las dos ecologías, la interior, integrando sus emociones y deseos, y la exterior, hermanándose con todos los seres», señala el teólogo brasileño. Y cita a Eloi Leclerc, uno de los mejores pensadores franciscanos de nuestro tiempo, sobreviviente de los campos de exterminio nazi de Buchenwald:
«En vez de hacerse rígido y cerrarse en un soberbio aislamiento, Francisco se dejó despojar de todo, se hizo pequeño. Se situó con gran humildad en medio de las criaturas, próximo y hermano de las más humildes entre ellas. Confraternizó con la propia Tierra, como su humus original, con sus raíces oscuras. Y he aquí que “nuestra hermana y Madre-Tierra” abrió ante sus ojos maravillados el camino de una hermandad sin límites, sin fronteras. Una hermandad que abarcaba a toda la creación. El humilde Francisco se hizo hermano del Sol, de las estrellas, del viento, de las nubes, del agua, del fuego, de todo lo que vive, y hasta de la muerte».
Y concluye Boff: «Solamente ese ethos que ama está a la altura de los desafíos de la Madre Tierra devastada y amenazada en su futuro. Ese amor nos podrá salvar a todos, porque nos abraza y hace de los distantes, próximos y de los próximos, hermanos y hermanas».