Por Jorge Traslosheros |

El Papa denunció con claridad y contundencia el genocidio cometido contra los armenios hace cien años. Lo hizo en una ceremonia religiosa, durante la celebración de la Divina Misericordia, y un día después de haber publicado su bula convocando a un año jubilar extraordinario sobre el mismo tema.

La denuncia cayó muy mal al gobierno de Turquía que ha hecho de la negación del genocidio una política de Estado. La crisis diplomática es grave. El Papa ya sabía de la inevitabilidad del conflicto pues, por así decirlo, tenía la advertencia sobre su escritorio. No se arredró y llamó a las cosas por su nombre.

Los acontecimientos han sido bien publicitados. Sin embargo, hay ciertos aspectos que se han dejado de lado, sin los cuales el arrojo mostrado por el Papa corre el riesgo de perderse en el anecdotario político y vaciarse de significado. Sus acciones se comprenden mejor cuando las ponemos en la perspectiva ecuménica y las vemos desde el ministerio de quien es el sucesor de San Pedro.

1.- No estamos ante un error de cálculo diplomático del Vaticano, mucho menos ante una pifia del Papa. La diplomacia de la Santa Sede no existe para defender interés “nacional” alguno, como sería normal en cualquier Estado, sino para promover la paz con justicia en las relaciones internacionales y velar por el interés de los cristianos en el mundo, sin importar si están o no en comunión con Roma.

2.- Tres documentos del Papa explican su denuncia: el discurso antes de la liturgia, su homilía durante la misa y su homilía a la mañana siguiente en Santa Martha. En éstos dio las razones humanitarias e históricas contra el genocidio, alineándolo con los cometidos por nazis y estalinistas, para tender el puente hacia la tragedia que viven hoy los cristianos en Medio Oriente y África a manos del fundamentalismo islámico, ante el silencio ominoso de los poderosos del mundo; dio las razones de la fe al unir la cruz de Cristo a la sangre de los mártires de antaño y hogaño y; al día siguiente, explicó por qué la Iglesia no debe callar, ni perder su libertad, ante la urgencia del anuncio del Evangelio. En suma, Francisco demostró cómo el mantener la memoria, denunciar la injusticia y anunciar la unidad del martirio en Cristo son tres momentos de un sólo acontecimiento profético.

3.- A la liturgia en la Basílica de San Pedro asistieron la representación de la República de Armenia; el Patriarca de la Iglesia Apostólica de Armenia, que no está en plena comunión con Roma desde el Concilio de Calcedonia (452 d.C); así como el Patriarca de la Iglesia Católica de Armenia en comunión con Roma desde hace varias centurias. Ambas Iglesias comparten tradición, cultura, historia y un origen apostólico común, pero no son ni romanas, ni ortodoxas. Pertenecen a la tercera familia de cristianos de tradición apostólica denominados católicos orientales, quienes siguieron su propio camino después del Concilio de Calcedonia, de manera notable los coptos etíopes y egipcios del Patriarcado de Alejandría, a los cuales se sumaron otras Iglesias locales como la armenia.

A partir del Concilio Vaticano II el diálogo ecuménico con estas Iglesias ha tenido avances muy notables. Hoy sabemos que su separación del resto de la cristiandad no se debió tanto a razones teológicas, sino al rechazo de las pretensiones del emperador bizantino de igualar fidelidad religiosa y afiliación política. Ninguna de estas Iglesias lo aceptó pues vivían fuera, o querían permanecer al margen, de la dominación del Imperio Romano de Oriente.

4.- Fue notable cómo, durante la ceremonia, Francisco nombró doctor de la Iglesia a Gregorio Narek, santo del siglo décimo, quien es venerado y reconocido por ambas Iglesias armenias como uno de sus más grandes teólogos y místicos. El ecumenismo se confirmó en una herencia compartida por católicos romanos y católicos armenios.

5.- El Papa es el sucesor de San Pedro. Una de sus tareas más importantes es trabajar por la unidad de los cristianos, lo que ha tomado muchas formas a lo largo de la historia. La unidad nunca ha sido fácil y son muchas las razones que conspiran contra ella, siendo la más importante la falta de caridad.

Francisco ha dignificado el ministerio petrino en un acto de arrojo apostólico, aunque el mundo lo pueda juzgar de imprudencia diplomática. Él, Pedro, denunció el genocidio cometido contra los armenios, compartió la palabra de Cristo y celebró la eucaristía en su presencia. Sería difícil encontrar un acontecimiento tan dramático que señalara con semejante contundencia el ecumenismo de la sangre en la sangre de Cristo, al tiempo de abrir las puertas a la esperanza en la resurrección y la misericordia de Dios. El sucesor de Pedro nos ha dado una gran lección: la unidad de los cristianos no es un asunto de jurisdicción, sino de comunión y caridad, inalcanzables sin fuertes dosis de valentía.

Francisco no cometió un acto de imprudencia diplomática, sino de enorme valentía a tono con su vocación ecuménica, celo profético y fidelidad a su ministerio mostrados durante su pontificado. Desde la mirada del Señor de la misericordia, ha sido una jornada de júbilo y esperanza.

jorge.traslosheros@cisav.org
Twitter: @jtraslos

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