Por Jorge E. Traslosheros |

Uno de los privilegios de ser profesor universitario es la oportunidad de tejer lazos de amistad con los jóvenes. Pues bien, el otro día recibí un correo con un breve mensaje: “Tu Papa me cae bien”, y una liga a una página de Internet. El remitente es un muchacho excelente y sencillo.

Hace poco entró intempestivamente en mi oficina y me dijo que había decidido ser feliz en la vida, sin importar que fuera el camino más fácil. Le inquirí sobre cuántas personas conocía verdaderamente felices. Después de una breve reflexión, me respondió que muy pocas. Entonces, dije, estaba claro que había tomado la mejor decisión, pero no la más fácil. La anécdota lo pinta de cuerpo entero.

La liga conduce a un artículo de un medio especializado y poco afecto a los asuntos religiosos. Sin embargo, sus autores se muestran entusiasmados con la próxima encíclica de Francisco sobre ecología. El texto me sorprendió no sólo por el excelente análisis de las implicaciones culturales y políticas que tendría un claro posicionamiento ético del Papa en favor del medio ambiente, también por la forma serena en que comprendieron a la religión como una fuerza cultural constructiva.

Me quedé reflexionando. Este entrañable muchacho no es particularmente afecto a los asuntos religiosos, si bien es muy exigente en temas éticos, sobre todo cuando la coherencia se involucra. Signo de los tiempos. Francisco empieza a calar entre los jóvenes. No han faltado muchachos que se acerquen a preguntarme, entre curiosos e intrigados, si Francisco es una flor en el desierto o si podrá realmente transformar a la Iglesia. Trato de responder lo mejor que puedo, pues les resulta extraño que un profesor universitario sea, además, católico.

¿Cómo es posible la presencia de este Papa? La explicación es simple. Hace cincuenta años, el Concilio Vaticano II propuso que la Iglesia regresara a la persona de la calle, desde la persona de Jesús. Para lograrlo era necesario nutrirse de las fuentes originales —evangélicas, teológicas y pastorales—, para dialogar con la gente, hacer propias sus esperanzas, sus dolores, y así anunciar la alegría de Cristo. Este es Francisco, por eso causa entusiasmo y no solamente entre los católicos.

El periodo posconciliar fue tremendo, el debate intenso, con grandes avances, pero no siempre fue honesto. Los políticos metieron su cuchara. Hubo confusiones y también contusiones. Yo viví la crisis en carne propia. No fue sencillo. Las confusiones se apoderaron muchas veces de mí, con incursiones serias y honestas en el ateísmo. La mayoría de mis amigos, entrañables si los hubo, mejores católicos de lo que yo podría llegar a ser algún día, se fueron. Algunos, muy pocos, guardan cierta nostalgia por la alegría de la fe, la amistad de Jesús y la belleza de los sacramentos.

Hoy vivimos nuevos tiempos. Francisco no es una excepción, sino muestra del caminar de la Iglesia. Los católicos en lo personal, obvio, seguiremos siendo tremendamente limitados, no tenemos solución; pero, en contrapartida, podemos confiar en el buen Jesús y contamos con la oración, la religiosidad sencilla del pueblo, los sacramentos y esta enorme familia llamada Iglesia.

Hoy, cuando la tradición resulta insuficiente para transmitir la fe, sólo el testimonio puede ganarse el respeto de los jóvenes, dentro y fuera de la Iglesia. En ocasiones, más de lo que suponemos, es suficiente para provocar un encuentro. Lo demás hay que dejárselo a Dios y esto, siempre, es lo más difícil.

jorge.traslosheros@cisav.org
Twitter: @jtraslos

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