Por Juan Gaitán |

Esta semana quisiera compartir un pensamiento que me ha ayudado a vivir la misa con mayor intensidad. Sabemos que la Eucaristía es centro y culmen de la vida cristiana, pero ¿cuántas veces no se nos pasa la hora de celebración como si nada hubiera sucedido?

Llegué a esta reflexión precisamente durante una misa dominical. Me encontraba algo fastidiado y entonces pensé: ¿por qué me siento así?; y en seguida: ¿cómo habrán vivido la Eucaristía los primeros cristianos?, ¿qué habrá significado para ellos?

Mi actitud cambió por completo. Me imaginé a la comunidad cristiana del siglo primero celebrando la Cena del Señor. Pedro o Santiago o Juan presidiendo, personas que conocieron a Jesús entre la asamblea, amigos y amigas de Jesús de Nazaret, todos cantando «Gloria al Señor».

Decidí vivir esa misa como si yo me encontrara en los tiempos de los apóstoles. Así, todo a mi alrededor tomó nuevos matices. El canto del Salmo se tornó precioso, imaginé al ciego sanado por Jesús escuchando: «La misericordia del Señor es eterna», la lectura del libro de los Hechos cobró una fuerza tremenda: «La multitud de los que había creído tenía un solo corazón», las palabras de Jesús en el evangelio resonaron fortísimas: «Reciban el Espíritu Santo».

Los cristianos de los primeros tres siglos fueron perseguidos brutalmente por el imperio, bautizarse significaba aceptar la posibilidad de morir mártir con una muerte cruel y dolorosa. De este modo, no podían confesar la fe sin entregarse por completo al Reino anunciado por Cristo: «Creo en Dios, Padre Todopoderoso… Creo en Jesucristo… Creo en el Espíritu Santo…»

Entonces me di cuenta de lo significativo que me fue pensar en vivir la misa como en tiempos de los apóstoles. ¿Cómo sería el rostro de Pedro repartiendo el Cuerpo de Cristo?  No puedo imaginar una consagración sin lágrimas, un ofertorio sin genuina preocupación (y ocupación) por los pobres, una comunión sin transformación de vida, un acto penitencial sin verdadero arrepentimiento, una plegaria universal sin compromiso.

Recordé aquellas palabras de Juan Pablo II que había leído alguna vez: «¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: ‘Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros’ (Lc 22, 19)?» (Ecclesia de Eucharistia, n. 56)

El día que reflexionaba todo esto, imaginaba el templo en el que me encontraba como un sitio escondido en el que se reunían los cristianos para no ser apresados y asesinados por los romanos. Entonces el envío: «vayan a vivir lo que aquí hemos celebrado» resultaba un grito de guerra, un darlo todo por el Evangelio, un entregar la vida como lo hizo Jesús, en beneficio de los más débiles y marginados, para transmitir la esperanza en Jesucristo resucitado.

Vivir la misa como en tiempos de los apóstoles. ¡Espero que sea de utilidad este consejo!

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