Por Fernando PASCUAL |
Hay quienes dicen, con una seguridad sorprendente, que un grupo de personas piensan esto o lo otro. No se han tomado la molestia de preguntarles, pero no importa. Lo que desean es revestir sus propias ideas como si fueran aceptadas por otros, o simplemente pretenden desdibujar las opiniones de otros como si fuesen uniformemente simplistas.
Se trata de usurpadores de lo que otros piensan. O de personas que presumen de saber lo que no saben. O, simplemente, de manipuladores, que en nombre del “pueblo”, de la “clase”, de un “colectivo”, de un “barrio”, o de cualquier otro posible parámetro, lanzan sus propuestas o desarrollan sus caricaturas.
La realidad es mucho más compleja que esas simplificaciones. Porque para saber lo que otros piensan, lo primero que hay que hacer es preguntarles. Luego, si hay una auténtica libertad para expresarse y si no hay manipulaciones, será posible, ante las respuestas, formarse la propia opinión sobre las ideas de otros.
Por desgracia, la seguridad de este tipo de usurpadores se difunde fácilmente. Al simplificar las opiniones, las hacen comprensibles, aunque no correspondan a la realidad. Además, intervienen con presteza, sobre todo si puede generarse algún debate, y así impresionan por la facilidad con la que reflejan lo que, según ellos, otros piensan.
Siempre es loable hablar con circunspección y no abrogarse el “derecho” a decir lo que otros piensan, desean, prefieren o sienten sin antes haberse tomado un poco de tiempo para escucharles.
Sólo con paciencia y con oídos abiertos, es posible recoger opiniones y confrontarse con las mismas. Luego, llega el momento de resumirlas con honestidad y respeto.
Entonces será posible promover debates sanos sobre propuestas diferentes y caminar, en ese hermoso esfuerzo humano, en la búsqueda de decisiones que promuevan, al menos idealmente, el bien de las personas y de los pueblos.