Por Fernando PASCUAL |

 

En la Última Cena, san Judas Tadeo le pregunta al Maestro: “Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?” (Jn 14,22).

La pregunta surge desde la sorpresa ante la gratuidad del Amor de Dios. Escoge y llama, libremente. Entonces, ¿por qué lo hace? ¿Qué vio Jesús en sus discípulos para revelarse a ellos? ¿Por qué no se manifestó al mundo?

La respuesta de Jesús a la pregunta es más sorprendente: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió” (Jn 14,23-24).

Cada cristiano puede hacer suya esa pregunta: ¿por qué tengo el gran regalo de la fe católica? ¿Por qué he sido bautizado? ¿Por qué conozco que Cristo es el Mesías, que el Padre me ama, que el Espíritu Santo habita en mi corazón?

Estamos, sí, ante un misterio de elección. He recibido mucho gratuitamente. Y al que recibe mucho, mucho se le pedirá (cf. Lc 12,48). Porque el don es, ciertamente, para mí, pero también es para los demás: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

Dios nos llena de alegría con su amor gratuito y sorprendente. El corazón desborda de gozo porque se descubre elegido. Sin ningún mérito (Dios, más que nadie, conoce nuestros pecados). Simplemente, por ternura, desde una misericordia maravillosa.

¿Por qué Dios actúa así? Algún día lo sabremos. Ahora nos toca caminar como los pequeños, los humildes, los sencillos (cf. Lc 10,21). Son ellos quienes reciben la revelación del gran misterio del Amor que salva sin condiciones, plenamente.

Como ellos, buscaremos cada día guardar mejor la Palabra de Cristo y vivir, realmente, según nuestra condición de hijos de un Padre bueno, misericordioso y lleno de ternura.

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