Por Juan GAITÁN │

Suele ocurrirnos más ocasiones de las que quisiéramos que en misa no ponemos atención a la Oración colecta (que muchas veces explica anticipadamente las lecturas del día). Pero este domingo pasado esta oración llamó especialmente mi atención:

«Señor Dios, que iluminas a los extraviados con la luz de tu verdad, para que puedan volver al buen camino; danos, a quienes hacemos profesión de cristianos, la gracia de rechazar todo lo que se opone a este nombre y comprometernos con todas sus exigencias. Por nuestro Señor Jesucristo…». Dos aspectos me saltan a la vista.

Rechazar todo lo que se opone a este nombre

He escuchado repetidas ocasiones que se pide al Señor (en la Liturgia y fuera de ella) por las personas que viven en pecado, como si quienes lo piden vivieran en absoluta pureza.

Rechazar lo que se opone al ser cristiano no es solamente matar, fornicar, robar o mentir, sino que también lo es pasar de largo junto al pobre, ignorar al hambriento, pagar injustamente a los empleados, abandonar a los ancianos, ofender (incluso al enemigo), olvidar dedicar tiempo a la familia, obsesionarse por el dinero (un ejemplo común: dividir a los hermanos en busca de la herencia) y un gran etcétera.

Sería una actitud evasiva y pecaminosa pensar que rechazar lo que se opone al cristianismo significa superar las tentaciones del demonio que se reducen a aspectos sexuales y otros ámbitos que nos convierten en personas «impuras», y que fuera de eso ya se está «cumpliendo» con lo que Dios nos pide.

Por desgracia, el pecado está hoy tan impregnado en el mundo y sus estructuras, que rechazar lo que se opone al nombre cristiano implica nadar contracorriente, ser testimonio de un tipo de vida entregado al Reino de Dios y no a otros intereses secundarios.

Y comprometernos con todas sus exigencias

Sin lugar a dudas la radicalidad que se pidió en la oración del domingo es una exigencia durísima que la Iglesia (o sea nosotros) se puso a sí misma. Comprometernos con todas las exigencias del cristianismo significa, entre otras cosas: vivir una espiritualidad dedicada, una relación íntima con Dios, procurar siempre el bien del prójimo antes que el propio, poner a los marginados en primer lugar, luchar por una vida digna para todas las personas de nuestras ciudades.

La oración colecta de la misa dominical que pudo habernos pasado desapercibida, me llamó tanto la atención por el tono tan fuerte que llevaba en sus palabras y porque creo es una petición que deberíamos dirigir sin cansancio una y otra vez al Señor.

Como Iglesia, pienso que es una aspiración aún lejana, pero que no podemos nunca perder de vista. ¡Dios nos conceda la gracia de rechazar todo lo que se opone al nombre cristiano y de comprometernos con todas sus exigencias!

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