Por José Ignacio Alemany Grau, obispo

Reflexión homilética 19 de marzo de 2023

Este es un domingo de luz en el que Jesucristo se presenta de diversas formas como verdadera luz del mundo y, de una manera especial, en las pupilas de un joven ciego que descubrió y adoró a Jesús.

1 Samuel

Muchas veces hemos oído hablar de la «vara de Jesé florida».

Jesé es padre de David y de sus otros siete hermanos.

Nos cuenta la Escritura que Saúl actuó mal con Dios el cual envió a Samuel para ungir al sucesor.

Jesé, padre de aquella pequeña tribu, fue presentando a sus siete hijos que él creía que eran buenos mozos para ser ungidos como reyes de Israel. Pero Dios le dijo:

«No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón».

Cuando pasaron los siete hermanos, Samuel pidió a Jesé que trajera al más pequeño que estaba en el campo y era pastor.

Esta es la hermosa descripción que la Escritura hace de David:

«Era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo».

Samuel, por mandato de Dios, ungió a David en medio de sus hermanos y el Espíritu del Señor invadió a David.

Salmo 22

El salmo se refiere al mismo David que fue el gran rey y pastor de Israel y, evidentemente, se refiere también al mismo Dios cuyo favor invocaron siempre los israelitas:

«El Señor es mi pastor, nada me falta».

San Pablo

Nos habla de la luz, en referencia, ciertamente, al Evangelio del día. Dice así:

«Caminad como hijos de la luz. Toda bondad, justicia y verdad son frutos de la luz.

Buscad lo que agrada al Señor sin actuar según las obras de las tinieblas».

Termina el apóstol diciéndonos:

«Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz» (Ef 5,14).

Versículo de aclamación

La liturgia nos invita a recordar una vez más la definición que Jesús dio de sí mismo:

«Yo soy la luz del mundo: el que me sigue tendrá la luz de la vida».

Que estas palabras nos ayuden a sacar todo el fruto que nos ofrece el capítulo 9 de San Juan que hoy domingo meditamos.

Evangelio

San Juan nos ofrece hoy el ejemplo, muy hermoso, de un joven ciego que se lo jugó todo por Jesús.

Los discípulos, siempre curiosos, preguntan al Señor:

«¿Maestro, quién pecó: este o sus padres para que naciera ciego?».

Esa es una reflexión frecuente también entre nosotros que queremos conocer la causa de los pecados de otros.

Jesús aclara que ni él ni sus padres pecaron, sino que está ahí para que «se manifiesten en él las obras de Dios».

A través de este párrafo, San Juan nos presenta muchas veces, la belleza y fecundidad de la luz y lo más hermoso que dice Jesús de sí mismo:

«Mientras estoy en el mundo soy la luz del mundo».

Jesús hace un milagro especial:

«Escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos» y le dijo que se lavara en la piscina de Siloé.

«Él fue, se lavó y volvió con vista».

Todos estaban muy admirados, pero los fariseos no podían aceptar ese milagro tan patente.

Molestan al joven y quieren que niegue la veracidad del milagro. El joven hasta el final defendió la verdad de la curación de Cristo.

Aquellos hombres envidiosos expulsaron de la sinagoga al muchacho. Jesús le sale al encuentro y le revela toda su grandeza:

«¿Crees tú en el hijo del hombre?

– ¿Y quién es, Señor para que crea en Él?

– Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es».

El joven se postró ante Él diciendo: «Creo, Señor».

El muchacho recuperó la vista y los fariseos siguieron ciegos.

 

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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