Por Clara MALO, RSCJ |
En vano te levantas tan temprano y te acuestas tan tarde, y con tanto sudor comes tu pan: él lo da a sus amigos mientras duermen. (Salmo 127)
Soy una de esas personas que pierden el sueño con facilidad: si hace frío o calor, si tengo tos o algún pendiente, puedo pasar horas en blanco. Hace unos días llegué a Roma, y además de todas las razones anteriores puedo añadir el cambio de horario, así que esta semana ha sido de poco dormir.
Ayer en la oración comunitaria se nos invitó a reconocer aquellas cosas que nuestro corazón estaba reteniendo o cargando y que no nos permitían estar completamente “aquí”… y tratar de colocarlas en las manos de Dios, en libertad. Como símbolo cada una teníamos en la mano una piedrita; yo acariciaba la mía pensando en todo lo que dejé “allá” en México y que aquí en Roma me sigue quitando el sueño: personas, situaciones, asuntos no totalmente resueltos, más y más personas…
De pronto caí en la cuenta de que a esa hora, en la que yo estaba pensando en cada una y enviando silenciosamente mi bendición, allá eran las 2 de la mañana y seguramente todas ellas estarían profundamente dormidas. Fui recorriendo imaginariamente casas y ciudades, contemplando sus rostros relajados, y entonces entendí de un modo distinto la frase del salmo 121: “No, no duerme ni dormita el guardián de Israel…” Dios velando nuestro sueño, bendiciéndonos, trabajando mientras dormimos.
También pensé que cuando aquí es de noche y yo descanso, todas esas personas están trabajando, pensando, haciéndose cargo de las cosas, tomando sus propias decisiones. Y está bien que así sea.
Dice el evangelio de Marcos que “El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo… La tierra da el fruto por sí misma.” (Mc 4, 26-27)
Anoche dormí muy bien.