Por Francisco Xavier SÁNCHEZ |
El sábado 22 de Agosto mi amigo el P. Rodolfo Valdez Ponce, misionero comboniano, celebró sus XXV años sacerdotales en Guadalajara, Jalisco. Yo aunque ando con muchas ocupaciones me di tiempo para acompañarlo. Entramos juntos al seminario de los Misioneros Combonianos en Julio (si mal no recuerdo) de 1981. Estuvimos 4 años juntos entre el postulantado y el noviciado y luego nos separamos para irnos a estudiar la teología, él en Roma y yo en Paris.
Por diferentes razones dejé la congregación de los misioneros combonianos en 1990 (ya había yo hecho los votos perpetuos y recibido el diaconado) y me pasé a la vida diocesana en lo que ahora es la Diócesis de Nezahualcóyotl. Si embargo el alma y el espíritu misionero no se han apartado de mí.
Los misioneros son como soldados rasos, son ellos los que están al frente de batalla, son ellos los que pasan hambre, los que sufren, los que desde las trincheras aprenden a ver la vida de otra manera: más cruda, con más sacrificio, pero también con más alegría. Me imagino el inmenso gozo de los soldados que liberaron a los prisioneros que quedaban en Auschwitz. Los Diocesanos vamos viviendo con comodidades en los territorios conquistados. Corremos el riesgo de instalarnos, de aburguesarnos, de perder la pureza del anuncio evangélico que se da sin esperar retribución alguna.
Con esto no quiero idealizar la vida misionera y menospreciar la diocesana. Ambas tienen su riqueza, sus retos, su belleza. Que hermoso es encontrar sacerdotes diocesanos entregados a su pueblo, que huelen a oveja –como dice el querido Papa Francisco–. Sacerdotes diocesanos que buscan hacer crecer y madurar las semillitas sembradas por misioneros y misioneras muchos años antes de que ellos llegaran a aquella parroquia, a aquella diócesis.
Por mi parte tengo un trabajo algo particular como sacerdote diocesano. Soy profesor de universidad e investigador de tiempo completo. Se podría decir que estoy en el servicio de inteligencia militar. Es un trabajo discreto. Rodeado más de libros que de personas. Encerrado en mi oficina preparando clases, artículos, conferencias. Si no creyera yo que también eso es evangelizar mi existencia no tendría sentido como cristiano.
Un detalle curioso en mi vida de estos últimos años (y creo que así lo ha sido en general) es que me muevo entre dos mundos, entre dos clases sociales distintas: entre ricos y pobres. Entre una universidad particular muy elitista y la UNAM; entre Interlomas y Nezahualcóyotl. Yo estoy como la madre Teresa de Calcuta pero al revés. Ella comenzó trabajando con niñas ricas y terminó con los pobres; yo comencé con los pobres (chavos banda) y ahora paso la mayor parte del tiempo con los ricos. Si no fuera porque el Señor Jesús también tuvo amigos ricos (Zaqueo, José de Arimatea, amigos que lo invitaban a comer, etc.) yo no podría justificar cristianamente mi vida.
Lo importante de todo este intercambio social es ser puente. Sensibilizar a ricos y pobres que debemos vivir como hermanos. El mundo está mal hecho porque nosotros lo hemos hecho así. Es necesario cambiar, solidarizarnos con el que menos tiene. En la universidad privada coordino una Cátedra de Ética Social con el tema: “¿Cómo los pobres visualizan y enfrentan la pobreza?”, y en la UNAM imparto un curso de posgrado que tiene como titulo: “Pobreza e injusticia en América Latina, un estudio interdisciplinario”.
Algo que me ayuda en todo esto son mis propios orígenes. Yo vengo desde abajo. Mis padres llegaron de provincia a la ciudad de México con una caja de cartón y conmigo en los brazos. Entiendo muy bien los versos de la canción de Evita que dicen: “Nadie podría imaginar que a pesar de estar ahora aquí, soy del pueblo y jamás lo podré olvidar. Debéis creerme, mis lujos son solamente un disfraz, un juego burgués nada más, las reglas del ceremonial”. Mientras mi amigo el P. Rodolfo Valdez anda con huarache y morral en la sierra de Guerrero anunciando la palabra del Señor; yo ando con corbata y zapatos limpios (eso intento) impartiendo mis clases.
Gracias hermano Rodolfo por el bello testimonio de tus XXV años sacerdotales. Gracias por haber trabajado en Uganda, Colombia y ahora México. Gracias por la bella misa que presidiste el día de hoy. Un momento hermoso de la celebración fue cuando aquel ancianito indígena, de la sierra de Guerrero donde ahora trabajas, te agradeció en mixteco todo el bien que has hecho a su comunidad (según nos tradujeron después).
Dice la Palabra del Señor: “Que hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la Palabra del Señor”. Que Dios te siga bendiciendo hermano.