Por Juan GAITÁN |

Hemos escuchado mil veces la pregunta: ¿por qué tengo que confesarme con una persona igual de pecadora que yo, cuando puedo confesarme directamente con Dios?

En este texto no pretendo responder directamente a esa pregunta, como intentando defender el sacramento, pero sí quiero comentar tres ventajas de la Reconciliación como la Iglesia la vive.

  1. El momento reconciliatorio

Cuando nos relacionamos frecuentemente con una persona, es común que vayamos acumulando malentendidos y pequeños corajes que se van sumando poco a poco. Podemos intentar hacernos de la vista gorda pero el vaso se va llenando.

Un ventaja de la confesión es tener un “momento reconciliatorio” concreto en el que se pide y se acepta el perdón. Hacer como que “yo me confieso con Dios” hace que el vaso se siga llenando porque no participamos de un signo visible y concreto en el que notemos con toda claridad que hemos recibido la gracia del Espíritu de Dios. Es hablar de frente el tema, sin darle vueltas ni pasar por alto la situación de ruptura.

  1. Perdón continuo para pecadores continuos

En el judaísmo, la única persona con la potestad de perdonar los pecados era Dios. No había ningún representante suyo (ni los sacerdotes, ni los sumos sacerdotes, ni los Maestros de la Ley) que pudiera conferir ese perdón en nombre de Yahvé. La consecuencia de esto fue que los pecadores eran juzgados, no perdonados, y excluidos de la comunidad (incluso apedreados para que no se contaminara el pueblo del contagioso pecado).

El sacramento de la Reconciliación es una puerta para transmitir la misericordia de Dios y no caer en ese error judío de que obliga a pensar que, como no sabemos a quién perdona Dios, lo único que nos queda es alejarnos de aquellos de quienes se conoce públicamente su pecado. La Iglesia, nuestra madre y nuestro hogar, nos ofrece una mano tendida en representación de Dios para ser incluidos una y otra vez en la comunión y no tener que vivir dudando si Dios ya nos habrá perdonado o no. Jesús fue muy sabio en este aspecto al dar la potestad reconciliatoria a los apóstoles.

  1. El reingreso a la comunión

Quien peca, no sólo debilita su comunión con Dios, sino también con su comunidad (el pecado siempre afecta a alguien más que a quien lo realizó), por lo tanto, no sólo tiene que pedir perdón a Dios, sino también a su comunidad.

El sacerdote en cada uno de los sacramentos no actúa solamente en representación de Cristo, sino también en representación de la Iglesia. Él, a nombre de la comunidad, acepta el perdón del penitente y se alegra junto con él porque el hermano que estaba perdido, ha vuelto a la vida. Somos humanos y nos hace bien que este abrazo, en nombre de la Iglesia que se alegra por nuestra conversión, lo recibamos de un miembro de dicha Iglesia.

En conclusión, pienso que es del todo ventajoso para nuestra vida espiritual la Reconciliación frente a un sacerdote. ¡Así se puede saborear mejor la misericordia de Dios!

 

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