Por Juan GAITÁN |
Existen ciertas cuestiones que no se nos enseñaron en el catecismo cuando éramos niños porque no se trata de contenidos adecuados a esa etapa de la vida, pero que ahora, como católicos adultos, debemos tener en cuenta.
Una de estas cuestiones es la pregunta que la Iglesia se hace sobre sí misma: “¿Qué es, por qué es y para qué es la Iglesia?”
No podríamos conformarnos con las típicas respuestas (a veces más memorizadas que comprendidas) de “la Iglesia somos todos”, “la Iglesia fue fundada por Cristo”, etc. Eso está bien para los niños, pero un adulto en la fe ha de ir más allá.
Alguno puede pensar que esta pregunta está reservada a los teólogos o los estudiosos del tema, pero la verdad es que cualquier cristiano bienintencionado, cercano al Evangelio, puede interiorizar la respuesta.
Repensar la Iglesia
La finalidad de entender el qué, por qué y para qué de la Iglesia no es ni ociosa ni puramente intelectual, sino que al responder continuamente a la pregunta: “¿somos fieles a la misión encomendada por Jesucristo?”, las conclusiones tendrían que notarse en la práctica.
Eso es re-pensarnos como Iglesia. Autoevaluarnos para pensar qué estamos haciendo, cómo lo estamos haciendo, por qué lo estamos haciendo y para qué lo estamos haciendo así. Esto vale para todos los niveles: desde las conferencias de obispos de cada país, hasta cada familia que busca vivir la fe.
Considero que existen algunos criterios que no deben escapar a nuestra auto-evaluación. Por ejemplo: El amor a Dios y al prójimo. Mostrar el rostro misericordioso de Dios y construir el Reino de Dios (de justicia y paz).
Nuestra manera de actuar como Iglesia (comunidad, parroquia, familia, grupo de amigos) dependerá en gran medida del concepto de Iglesia que tengamos, y nuestra cercanía que tengamos con ella.
Conclusiones – Consecuencias
Las consecuencias de un continuo repensarnos, será una continua renovación. Así como individualmente nos confesamos una y otra vez por haber errado el camino, así en comunidad hemos de convertirnos una y otra vez.
Las conclusiones de la autoevaluación, serán consecuencias prácticas. Vernos-juzgarnos-actuar. Preguntarnos: ¿Qué tipo de Iglesia vivo? ¿A qué tipo de Iglesia pertenezco? ¿Es esa la Iglesia que deseaba Cristo?
Esto ayuda a sobrellevar la tentación de creernos una Iglesia omnipotente e infalible, para lograr ser, con humildad, un grupo de discípulos-misioneros que nos acerquemos cada vez más a esa expresión del Papa: “…quiero una Iglesia pobre y para los pobres.” (Evangelii gaudium, n. 198).
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