“Dios vive en nuestras ciudades; la Iglesia vive en nuestras ciudades y quiere ser fermento en la masa, quiere mezclarse con todos, acompañando a todos, anunciando las maravillas de aquel que es Consejero admirable, Dios potente, Padre para siempre, Príncipe de la paz”. Así el Papa Francisco concluyó la misa que celebró en el Madison Square Garden. Con él estuvieron el Cardenal Timothy Nolan, arzobispo de la metrópolis, decenas de obispos y centenares de sacerdotes. El anfiteatro estaba lleno hasta lo inverosímil, mucho más que en cualquier evento deportivo o concierto que se haya tenido hasta ahora en ese lugar.
Antes de la misa, el Papa Francisco, subido en un golf-car eléctrico, dio unas vueltas, lentamente, en torno a la multitud, deteniéndose cada tanto para bendecir a los niños enfermos, a los ancianos, a los jóvenes y recibiendo rosas y ramos de flores que la gente le regalaba. Antes de llegar al Madison Square Garden, el Papa atravesó el Central Park, repleto de centenares de miles de personas, que lo saludaban a lo largo de las calles.
En la homilía, él habló de la “gran luz” de Cristo que brilla en la ciudad, marcada por grandes oportunidades, pero también por el “smog”, la marginación, las violencias, por “el rostro de tantos que parecen no tener ciudadanía o ser ciudadanos de segunda categoría”. La “esperanza” que viene de la presencia de “Dios en la ciudad” alienta a la Iglesia a “salir”, a ir al encuentro de “los otros, donde realmente están”, a anunciar al “Príncipe de la paz”, que “nos libera del anonimato, de una vida sin rostros, vacía, y nos introduce en la escuela del encuentro. Nos libera de la guerra de la competición, de la auto-referencialidad, para abrirnos hacia el camino de la paz”