Por Felipe MONROY | Director de Vida Nueva México |
Nunca deja de sorprenderme la sabiduría que reside en el corazón sencillo del mundo indígena. Quizá tienen los pies bien puestos en la tierra o quizá los lejanos horizontes que divisan les ensanchan la mirada tanto como su corazón. El mundo indígena tiene, en sus palabras y sus conceptos, sagaces intuiciones y demoledores principios de sentido común que ayudan a resolver muchas madejas mentales.
Vivimos en una época compleja, de muchos desafíos de orden moral, ético y práctico; aquellos que gozan de un poco de libertad para hablar y obrar tienen que definirse (por identidad o por conveniencia) en alguno de los bandos que disputa la razón y la verdad de las cosas. En la patria, la búsqueda en el orgullo nacional y la identidad patriótica genera constantemente luchas entre quienes apuestan por la unidad apelando a los símbolos, el tótem fundacional o el líder legítimo y, por otro lado, quienes no ven ya en los símbolos ni en los liderazgos -entorno a los cuales se ratifica la adhesión- los valores éticos y morales para trabajar en consecuencia. En los sistemas de creencias pasa igual: O la unidad está en la cabeza (el líder, la ley, la doctrina, la disciplina o el dogma) o está en la horizontalidad de la libertad moral, la práctica de autorregulación y la disidencia ética frente a los altos, eruditos y burocráticos edificios de control en las fronteras de la sana doctrina y la disciplina regulatoria.
Y mientras el mundo se divide (y el hombre se desgarra en su seno intentando decidir en qué bando poner su corazón), la sentencia indígena tojolabal habla con más sabiduría: “La unidad no está en la cabeza, está en la piel”.
Aún estamos en el marco de las celebraciones patrias y, en ellas vimos cómo los mexicanos debían definirse entre sentir valores nacionales en adhesión a su presidente y los pilares de su tótem fundacional o sentir la responsabilidad patriótica al repudiar precisamente al presidente y los símbolos del poder paternalista que someten al maltrato y la confusión a los más ignorantes y débiles. La legítima resistencia a estas figuras de autoridad está alimentada por un principio aún más poderoso: la libertad y la certeza en la existencia de un bien mayor.
Algo semejante pasa en estos días en la Iglesia católica: La autoridad infalible del pontífice como persona entorno a quien sólo es posible la unidad en la interpretación de la verdad y el ejercicio de la misión apostólica no sólo es debatida sino incluso cuestionada por muchos miembros de la institución que, ahora sí, voltean a rescatar las certezas que nunca necesitaron cuando el líder era su aliado en convicciones. El conflicto entre la unidad inapelable a la revolución bergoliana y la radical resistencia moral de paradigmas inalterables desgarra y confunde al hombre de fe sencilla y débil esperanza. Un hombre que se convierte finalmente en rehén de ambos bandos.
Entonces, ¿en dónde está garantizada la unidad? ¿Se confirma por la gracia de la cabeza o se encuentra en la armonía de las extremidades en comunión?
Si apostamos por la jerarquía y directriz de la cabeza es preciso contemplar que la unidad sólo puede alcanzarse por medio de la disciplina y ésta sólo puede ejercerse a través de la coerción o de un profundo convencimiento personal. En el primero de los casos, la obediencia garantiza la aplicación de la norma pero también limita las fronteras de su razón (homogeneiza la actitud y las respuestas prácticas que son reducidas a principios de recompensa, amenaza y castigo). El segundo, el convencimiento, debe pasar por un largo, sinuoso, lento y no siempre exitoso camino de madurez, comprensión y libertad. En este ámbito hay que considerar la caída y el error constante porque la disciplina aquí siempre es un proceso inacabado.
Por el contrario, si apostamos por la búsqueda en la armonía de las periferias la unidad es más un ideal pulsante que una realidad pétrea; una inasible pluralidad convocante y líquida que puede permear todas las murallas y todas las fronteras. Unidad en la heterogeneidad donde, sin embargo, también se corre el riesgo de la ligereza; de principios diluidos, licuados y difuminados. La inseguridad de las débiles certezas a las cuales asirse en medio de la tormenta conlleva el peligro de no poder ofrecer nada más que la oportunidad de cambiar de barco. Aunque, soportar la mayor de todas las tribulaciones con la más débil de las certezas es sinónimo del más noble misterio de fe.
Elegir bando parece obligar a aborrecer al contrario. “No se puede ser tibio. No elegir es ser relativo”. Pero entre uno y otro, está la piel.
La unidad que está en la piel no rechaza a las otras consideraciones de unidad, al contrario, las enriquece. La piel que sí es tibia porque está conectada al flujo vital de todo el cuerpo, que pone en relación todo aquello que está dentro de las fronteras hacia adentro y también hacia las fronteras de los sentidos, del otro y del infinito. La piel va de la cabeza a los pies y de un brazo hacia otro; da sentido al cuerpo, protege al interior y es el órgano que pone en contacto con lo exterior. La piel es la zona del intercambio de sensaciones y es la superficie donde se experimenta el mundo. La piel conoce el dolor propio y es capaz de abrazar el dolor ajeno; gracias a la piel, el hombre es uno en sí y uno también cuando toca las llagas de la humanidad herida. Nada aprende la cabeza sin la experiencia sensorial sobre su cuerpo; nada hace el cuerpo sin la guía lógica de la cabeza; y todo, gracias a esa membrana que envuelve al universo interno y que se extiende a rozar las estrellas del cielo. Entonces ya no es importante elegir bando, simplemente no hay que dejar de abrazar.
En su concepción, el tojolabal es tojolabal porque constantemente pone en práctica su identidad en su dimensión comunitaria (uno puede tojolabalizarse o destojoabalizarse según la práctica de su vida); y así, cuando se alcanza la unidad se dice la expresión lajan lajan ‘aytik que significa “estamos emparejados” y, a veces, se dice una expresión casi poética: jk’ujoltik ‘aytik que significa “estamos de un corazón”.