Por Eugenio LIRA RUGARCÍA, Obispo auxiliar de Puebla y secretario general del Episcopado Mexicano |

Resulta contradictorio y escandaloso que en un mundo como el de hoy, donde la globalización permite conocer las situaciones de necesidad y multiplicar los intercambios y las relaciones humanas, millones de personas padezcan hambre crónica y malnutrición

Es alarmante que frente a semejante situación muchos permanezcamos indiferentes y continuemos con estilos de vida que provocan dramas como éstos, a los que hemos llegado a acostumbrarnos como si fueran algo normal e inevitable, repitiendo la trillada y no demostrada frase: “lo que pasa es que ya somos muchos, y no alcanza para tantos”.

Basándose en información objetiva, Jacques Diouf, ahora ex director General de la FAO, ha hecho notar tres cosas: que en el mundo se ha logrado un incremento en la producción de alimentos que sobrepasa con creces al crecimiento demográfico, de tal modo que hay capacidad de producir suficiente alimento para que todo habitante del planeta se nutra bien; que se tienen los conocimientos sobre lo que hay que hacer y cómo hacerlo para acabar con el hambre en el mundo; pero que faltan la voluntad política y los recursos para hacer operativos estos programas.

El mismo Diouf ha declarado que el sistema para afrontar el problema alimentario mundial es ineficaz y no está bien coordinado. Por su parte, la FAO informa que cerca de un tercio de la producción mundial de alimentos se desperdicia por diversas causas, de las que me permito señalar dos: el consumismo y la esclavitud de la ganancia a toda costa en la dinámica de las relaciones humanas y en la dinámica económica y financiera global.

Por eso el Papa Francisco, destacando que el reto del hambre y de la malnutrición no tiene sólo una dimensión económica o científica, sino sobre todo una dimensión ética, insiste en la necesidad de educarnos en la humanidad, lo que exige edificar una sociedad que ponga en el centro a la persona, reconociendo, respetando, promoviendo y defendiendo su vida, su dignidad, sus auténticos derechos y sus respectivos deberes.

Sólo así seremos capaces de construir sistemas de gobierno, económicos y sociales promotores de una cultura que brinde oportunidades para todos, favoreciendo actitudes responsables, participativas y solidarias, que, custodiando y cultivando el medio ambiente, no se aboquen sólo a atender a las emergencias, sino también a lograr una solución justa y duradera.

Esto requiere múltiples operaciones conjuntas que tengan por fundamento y meta a la persona: legislaciones nacionales e internacionales; instituciones, organizaciones, educación, programas y presupuestos; aplicación correcta de recursos y créditos al campo; acompañamiento en los procesos de producción y distribución; combate a la corrupción, el acaparamiento y la especulación.

Asimismo, es necesario que cada uno de nosotros asuma un estilo de vida responsable y solidario para liberar a México y al resto del mundo del drama del hambre y la malnutrición, teniendo presente que Jesús nos sigue pidiendo lo que a sus discípulos al ver a la muchedumbre hambrienta: “Denles ustedes de comer”.

 

Artículo publicado en La Razón, reproducido con permiso del autor

Por favor, síguenos y comparte: