Por Fernando PASCUAL |

 

Construir es difícil. Requiere planeación, materiales, ideas, tiempo, esfuerzo, constancia. Destruir es fácil. Con pocos instrumentos y con una voluntad decidida hay quienes derrumban edificios, desbaratan amistades, arruinan familias.

Destruir puede ser considerado como pecado diabólico cuando alguien busca sembrar entre los hombres venenos, rencores, falsedades y confusiones. Así queda herida la creación en su belleza y el diablo consigue enredar a los seres humanos en un mundo de mentiras y de ruinas.

Hoy, como en tantos otros momentos del pasado, el demonio sigue su terrible tarea destructora. Quiere destruir el verdadero significado de las palabras y la rectitud del pensamiento. Quiere destruir la armonía interior desde el desorden en los sentimientos. Quiere destruir los corazones al sembrar miedos y desconfianzas.

Quiere destruir, con una agresividad llena de rabia, a las familias, porque sabe que una familia donde reina el amor y donde todos se juntan para rezar ayuda enormemente no sólo a vencer las tentaciones, sino a caminar hacia las virtudes y a construir lazos casi indestructibles.

Sobre todo, quiere destruir los pilares en los que se funda la Iglesia católica, tanto a nivel de las verdades de fe como en las diferentes opciones pastorales. Porque el diablo no solo daña a los creyentes cuando siembra dudas o cuando engaña al manipular las palabras, sino también al promover misas y actos litúrgicos llenos de “novedades” y vacíos del auténtico respeto hacia Dios.

Frente al esfuerzo satánico por destruir, el creyente mira a Cristo y confía. Sabe que el Señor ha vencido al mundo y que el demonio ha sido derrotado. Pero necesita continuamente mantenerse unido al Maestro, para evitar que el dragón, que siempre busca dañar a los elegidos, pueda herirle de muerte (cf. Apocalipsis).

La historia humana es una continua lucha entre el bien y el mal, entre quienes construyen sobre Roca (y la Roca es Cristo) y quienes sirven al demonio destructor. Esa lucha se hace presente cada día, en tantos momentos en los que uno tiene que decidir entre las seducciones de Satanás y la fidelidad al Dios que ama y salva…

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