Por Francisco Xavier SÁNCHEZ │

Dicen unos versos del poeta español, Miguel Hernández:

“Si la muerte pisa mi huerto,

¿quién firmará que he muerto de muerte natural?

¿Quién lo voceará en mi pueblo?

¿Quién pondrá un lazo negro al entreabierto portal?

¿Quién será ese buen amigo que morirá conmigo, aunque sea un tanto así?

¿Quién mentirá un Padre Nuestro y “a rey muerto, rey puesto”

pensará para sí?

 

¿Quién cuidará de mi perro?

¿Quién pagará mi entierro y una cruz de metal?

¿Cuál de todos mis amores ha de comprar las flores para mi funeral?

¿Quién vaciará mis bolsillos?

¿Quién liquidará mis deudas?

A saber, ¿quién pondrá fin a mi diario

al caer la última hoja en mi calendario?”

Ante todo quiero decir que tengo deseos de morir. Aunque no todavía con la carga espiritual de Santa Teresa, que nos dice en sus versos:

“Vivo sin vivir en mí,
 y tan alta vida espero,
 que muero porque no muero. […]

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero. […]

 Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.”

Me parece que en los versos anteriores la santa manifiesta un deseo por encontrarse con el Señor después de la vida corporal que aún la ata a este mundo. Que alegría sentirse listo para el encuentro con el Señor. ¿Cuántos pueden decir como Amado Nervo “Vida nada te debo, vida estamos en paz.”? Creo que muy pocos. En todo caso no es mi situación.

Ante todo debo aclarar desde ahora que yo entiendo dos tipos de muertes: la espiritual y la corporal. De la última nadie escapa, de la primera sólo los más atrevidos la afrontan. La primera es una elección la segunda es un destino. La muerte espiritual se elije en algún momento de nuestra vida cuando decidimos salir del egoísmo y dar el gran salto en la fe, como decía Kierkegaard, lo que equivale a la conversión: Ya no te llamarás Simón sino Pedro. La muerte corporal nos llega por enfermedad, accidente o por vejez.

Es solamente la primera, la muerte espiritual, la que da sentido a la segunda. Hemos venido para morir espiritualmente, esa es nuestra vocación última. “Porque si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo, pero si muere produce mucho fruto”, dice el Señor.

Yo en lo particular todavía no he muerto al egoísmo. Soy sacerdote pero eso no es garantía de conversión. Todavía sigo demasiado apegado a cosas, personas y vanagloria. En este día en que celebramos el paso de la muerte a la vida, pongo en tus manos Señor mi deseo de morir a mí mismo para poder ser acreedor de la Hermana muerte corporal.

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