El “estilo de Dios, que nos salva sirviéndonos y anonadándose, tiene mucho para enseñarnos”, no muestra que “quien sirve, salva. Por el contrario, quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Lo dijo hoy el Papa Francisco durante la misa celebrada hoy en la basílica de San Pedro en sufragio de los cardenales y de los obispos difuntos en el curso del año, hablando de la “elección de servir”.

“Volvamos a pensar con gratitud – dijo – en la vocación de estos santos ministros: como indica la palabra, es ante todo la de ministrar, o sea de servir. Mientras pedimos para ellos el premio prometido a los “siervos buenos y fieles” (Cfr. Mt 25,14-30), estamos llamados a renovar la elección de servir en la Iglesia. Nos lo pide el Señor, quien como un siervo lavó los pies a sus discípulos más estrechos, para que como hizo Él lo hagamos también nosotros”.  Dios fue el primero que nos ha servido. El ministro Jesús, venido para servir y no para ser servido, no puede dejar de ser, a su vez, un Pastor dispuesto a dar la vida por las ovejas. Y añadió que “quien sirve y da, parece un perdedor ante los ojos del mundo”. Pero en realidad, “precisamente perdiendo la vida, la encuentra porque una vida que se despoja de sí misma, perdiéndose en el amor, imita a Cristo: vence la muerte y da vida al mundo. Quien sirve, salva. Al contrario, quien no vive para servir, no sirve para vivir”.

“El Evangelio no recuerda esto: ‘Dios ha amado tanto al mundo’, dice Jesús (v.16). Se trata realmente de un amor tan concreto, tan concreto que tomó sobre sí nuestra muerte. Para salvarnos, nos ha alcanzado allí donde nosotros habíamos ido a parar, alejándonos de Dios dador de vida: en la muerte, en un sepulcro sin salida. Y añadió: “Es éste el abajamiento que el Hijo de Dios ha  realizado, inclinándose como un siervo hacia nosotros para asumir todo lo que es nuestro, hasta abrirnos de par en par las puertas de la vida”.

“A nuestros ojos – continuó – también la muerte se presenta oscura y angustiante. “Así como la experimentamos – dijo recordando cuanto se lee en la Escritura –  ha entrado en el mundo por envidia del diablo, nos dice la Escritura (Cfr. Sab 2,24). Pero Jesús no ha escapado de ella, sino que la ha tomado plenamente sobre sí, con todas sus contradicciones. Mientras ahora nosotros – prosiguió – “mirándolo a Él, creyendo en Él, somos salvados por Él: “Quien crea en el Hijo tiene la vida eterna”, repite dos veces Jesús en el breve pasaje del Evangelio de hoy (Cfr vv 15.16). Este estilo de Dios, que nos salva sirviéndonos y anonadándose, tiene mucho para enseñarnos. Nosotros nos esperamos una victoria divina triunfante; Jesús en cambio nos muestra una victoria humildísima. Elevado en la cruz, deja que le mal y la muerte se ensañen contra Él, mientras Él continúa amando. Para nosotros es difícil aceptar esta realidad. Es un misterio, pero el secreto de este misterio, de esta extraordinaria humildad está todo en la fuerza del amor. En la Pascua de Jesús vemos junto la muerte y el remedio a la muerte y esto es posible por el gran amor con el cual Dios nos ha amado, por el amor humilde que se abaja, por el servicio que sabe asumir las condiciones de siervo. Así Jesús no sólo ha eliminado el mal, sino que lo ha transformado en bien. No cambió las cosas en palabras sino con los hechos; no en apariencia, sino en la substancia; no en la superficie sino en la raíz. Hizo de la cruz un puente hacia la vida. También nosotros podemos vencer con Él, si elegimos el amor servicial y humilde, que permanece victorioso por la eternidad. Es un amor que no grita y no se impone, sino que sabe esperar con paciencia y confianza, porque- como nos lo recuerda el libro de las Lamentaciones- es bueno “esperar en silencio la salvación del Señor” (3,26)”.

“Dios tanto amó al mundo”. Nosotros estamos llevados a amar aquello de lo cual sentimos la necesidad y que deseamos. En cambio, Dios, ama hasta el fin  del mundo, o sea nosotros, así como somos. También en esta Eucaristía viene a servirnos, a donarnos la vida que salva de la muerte y nos llena de esperanza. Mientras ofrecemos esta Misa por nuestros queridos hermanos cardenales y Obispos, pedimos para nosotros aquello que nos exhorta Pablo: de “dirigir el pensamiento a las cosas de allá arriba, no a las de la tierra” (Col 3,2); al amor de Dios y del prójimo, más que a nuestras necesidades. Que no tenemos que preocuparnos ni inquietarnos por lo que nos falta aquí abajo, sino ocuparnos del tesoro allá arriba; no por aquello que nos sirve, sino por lo que realmente nos sirve según su corazón: no funcionarios que prestan servicio, sino hijos amados que donan la vida por el mundo”.

 

Por favor, síguenos y comparte: