Estoy convencido. El catolicismo vergonzante es uno de los más grandes problemas de la Iglesia en México, porque impide que los católicos demos testimonio integral de nuestra esperanza. En mi experiencia, afecta de manera especial al mundo académico e intelectual, aunque no solamente.
El catolicismo vergonzante consiste en el apocamiento del católico hasta mostrarse incapaz de expresar su fe en el espacio público y, con mucha frecuencia, también en el privado. Un católico que no se atreve a dar razones bien fundadas en los debates donde se pone en juego el bien común; como tampoco dentro de la familia, entre los amigos y conocidos. Es, pues, una persona incapaz de hablar con sinceridad y alegría desde su propia fe.
Este catolicismo vergonzante no viene en una sola presentación. Lo encontramos en muy distintas formas, las cuales podemos sintetizar en tres tipos básicos: timorato, patón y light. Si bien éstos no agotan la compleja realidad con sus múltiples matices, sin duda nos ayudan a orientar la reflexión.
El católico timorato es aquel que esconde su fe por miedo a estar en falta. No vive en las catacumbas, un lugar siempre digno, pues sí podría expresarse a pesar de las dificultades; pero teme ser políticamente incorrecto y ser rechazado. Entonces prefiere hacerse chiquito y quedarse calladito, con la ilusión de que así lo verán más bonito.
El católico patón se distingue por ser gritón, anticlerical, vociferante y criticón con la Iglesia, la cual confunde con la clerecía, actitud que combina con un tufillo de desprecio a la religiosidad popular. Considera que su criticismo le llevará a ser mejor aceptado en el espacio público. Es un personaje ilustrado que se ve a sí mismo como el auténtico católico seguro de saber, con precisión matemática, de qué lado masca la iguana.
El “patonismo” católico se encuentra en cualquier lugar, dentro y fuera del clero, entre laicos, en la calle, la familia, en las universidades “de inspiración cristiana” y públicas, así como en lo medios de comunicación y la política partidista. Tienen en común su clericalismo, la convicción de que el clero tiene la culpa de cualquier mal que aqueje a la Iglesia. No es un asunto de conservadores contra progresistas, o tradicionalistas contra vanguardistas. Con independencia de posicionamientos políticos o religiosos, suelen coincidir en ser vociferantes, criticones y clericalistas bajo disfraz anticlerical. Su varón de burlas preferido es el obispo en turno.
El católico light toma una forma más sutil y perniciosa, pues considera que diluyendo la fe se adaptará mejor a las modernas circunstancias. Está convencido de que negociando su credo logrará una mejor adaptación y aceptación del mundo moderno. El resultado es una religiosidad sin nervio, sin convicción, descafeinada, irreconocible y al final irrelevante, la cual nadie en su sano juicio podría tomarse en serio y mucho menos respetar.
El catolicismo vergonzante es cosa muy fea porque se agarra a cachetadas con el cristianismo como religión de justicia y misericordia, es decir, con la razón de ser de Jesús de Nazaret: anunciar el Evangelio, la Buena Nueva de la radicalidad e incondicionalidad del amor de Dios por cada ser humano y por toda la humanidad.
Además, contradice lo mejor del pensamiento católico a lo largo de la historia en su permanente diálogo entre razón y fe. Así, se muestra incapaz de reflexionar en torno a la necesaria convergencia entre las razones de la razón y las razones de la fe, las cuales no pueden entrar en conflicto porque la verdad no puede estar en guerra consigo misma. Esto implica un delicado trabajo de diálogo y discernimiento, de revisión de conocimientos científicos, éticos, filosóficos, jurídicos, espirituales, estéticos, en fin, ser una persona con vocación universal.
A los católicos nos corresponde, siempre, hacer un llamado al diálogo y al encuentro en público y en privado, atentos a las razones de la justicia, la esperanza y la caridad motivadas por la fe, lo que resulta imposible desde una actitud vergonzante ya sea timorata, patona o light. La fe que no se vive de manera integral se entibia, se daña y pierde intensidad hasta diluirse o reducirse a formalismos estériles.
El Papa Francisco es portador de una fe recia, una esperanza viva y una caridad ardiente; es un hombre cuya alegría, valentía, razonabilidad y humildad son un desmentido categórico a cualquier posible justificación de actitudes vergonzantes. Por lo mismo, estamos en buen momento para reflexionar sobre el origen de tan lamentable situación en México. Nos leemos en la próxima entrega.
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