Por Gilberto HERNÁNDEZ GARCÍA |

El Papa Francisco ha autorizado el decreto por el cual se reconoce un milagro atribuido al adolescente mexicano, hasta ahora beato, José Sánchez del Río, martirizado a la edad de 14 años, en Sahuayo, Michoacán, en la época de la Guerra cristera en México.

El milagro que le fue adjudicado al beato José Sánchez del Río fue el de la sanación de una niña de Sahuayo, quien apenas tenía cuatro meses de nacida con un diagnóstico de 90 por ciento de muerte cerebral. Pese a que estuvo desconectada de los aparatos, la pequeña logró sobrevivir, además de que actualmente tiene cinco años y no tiene ninguna clase de secuelas.

Un adolescente ¿como cualquier otro?

José nació en Sahuayo, Michoacán el 18 de marzo de 1913. Como es sabido, en agosto de 1926 los obispos de México habían ordenado la suspensión del culto en todos los templos del país, debido a la llamada Ley Calles, que imponía a la Iglesia, a los fieles todos, una serie de restricciones que hacía imposible la libre vivencia de la fe. Hubo algunas iniciativas, tanto eclesiales como civiles, para echar abajo esas leyes; sin embargo el presidente Calles estaba resuelto a no ceder. Así que algunos católicos, gente sencilla y de gran convicción religiosa, se alzaron en armas para luchar por su derecho de vivir su fe en libertad.

Conforme cundía el movimiento cristero (así les llamaban, debido a su grito de guerra: “Viva Cristo Rey”; y al Cristo que traían al cuello o en sus ropas), mucha gente, entre ellos muchos jóvenes, se unieron a la causa. Uno de esos entusiastas jóvenes que quiso colaborar con el restablecimiento de la libertad de culto, fue José.

Un año antes de su martirio, José se unió a las fuerzas “cristeras” del general Prudencio Mendoza, enclavadas en el pueblo de Cotija, Michoacán, no como miliciano debido a su corta edad, sino como asistente de los que combatían.

Se cuenta que cuando pidió permiso a sus padres para integrarse a las fuerzas cristeras, tal como ya lo habían hecho sus dos hermanos mayores, le dijeron que no, pero él replicó con sencillez: “Mamá, nunca como ahora es tan fácil ganarnos el cielo”. Al verlo tan resuelto, sus padres le concedieron ir. Sin embargo, el 6 de febrero de 1928 fue capturado por las fuerzas del gobierno, que quisieron dar un castigo ejemplar a la población civil que apoyaba a los cristeros; le exigieron renegar de su fe en Cristo, so pena de muerte pero José no aceptó, así que fue sometido a torturas.

“Resígnate a la voluntad de Dios”

Desde la cárcel escribió a su madre: “Mi querida mamá: fui hecho prisionero en combate este día. Creo en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios, yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de Nuestro Señor. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes, diles a mis otros hermanos que sigan el ejemplo del más chico y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por la última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba. José Sánchez del Río”.

El 10 de febrero cerca de las once de la noche le desollaron los pies con un cuchillo, lo obligaron caminar al cementerio municipal. Los verdugos querían hacerlo apostatar a fuerza de crueldad inhumana, pero no lo lograron. Sus labios sólo gritaban vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe. Los vecinos escuchaban con infinita pena los gritos llenos de valor y fervor cristiano que José lanzaba en medio de la noche: “¡Viva Cristo Rey!”.

Ya en el panteón viendo su fe y fortaleza que nos se amilanaba ante el tormento, el jefe de la escolta que presidía la ejecución ordenó a los soldados que lo apuñalaran para evitar que se escucharan los disparos en el pueblo. A cada puñalada José gritaba con más fuerza: “¡Viva Cristo Rey!”.

Luego el jefe de la escolta dirigiéndose a la víctima le preguntó si quería enviarle algún mensaje a su padre. A lo que José respondió indoblegable: “¡Que nos veremos en el cielo! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!”. En ese mismo momento para acallar aquellos gritos que lo enfurecían, él mismo sacó su pistola y le disparó en la cabeza. José cayó bañado en sangre, ahogando así el último grito de su jaculatoria ritual para la muerte. Eran las once y media de la noche del viernes 10 de febrero de 1928. Su cuerpo quedó sepultado sin ataúd y sin mortaja.

Los restos mortales de José descansan en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Sahuayo.  El 20 de noviembre de 2005, fue beatificado junto con otros 12 mártires de la Guerra Cristera.

 

 

Por favor, síguenos y comparte: