Por Rodrigo AGUILAR MARTÍNEZ |

La Navidad cristiana es el regalo inmenso que Dios Padre nos hace de su Hijo, quien se hace hombre naciendo de María en Belén.

La Epifanía es la manifestación del Niño Jesús a los Magos de Oriente, quienes no son judíos, sino extranjeros que buscan con diligencia al recién nacido, Rey de los judíos, para adorarlo y ofrecerle sus dones: oro reconociéndolo como Rey, incienso reconociéndolo como Dios, y mirra reconociéndolo como hombre, pues la mirra se usa en esa cultura para embalsamar el cuerpo de los difuntos antes de sepultarlos.

La fiesta de la Epifanía se reconoce más popularmente como de los Reyes Magos, que continúan trayendo regalos a los niños. Hermosa y noble tradición, que regocija a los niños de manera muy especial; mientras que los adultos atesoramos esos recuerdos de la infancia.

En algunas partes la liturgia de la Epifanía se ha trasladado al domingo más cercano, mientras que en otras se sigue conservando exactamente en el día 6 de enero. Lo importante es que celebremos cómo el Niño Jesús se manifiesta como “Luz de las naciones”, o sea para todos los pueblos, y a su vez que todos los pueblos, representados en los Reyes Magos, acuden a adorar al Niño Jesús.

Reconozcamos la presencia de Jesús en la persona de los niños, y no sólo de los propios familiares, sino de todos, particularmente de los pobres, solos y marginados. Alegrémosles la vida no tanto con regalos costosos, sino con el regalo de nuestro cariño, de acogerlos con ternura, de modo que se sientan y se sepan amados. Si conseguimos una sonrisa en su rostro, lograremos gozo en su corazón.

 

Por favor, síguenos y comparte: