El único privilegio a los ojos de Dios “es el de no tener privilegios, de no tener padrinos, de abandonarse en sus manos”. Fue lo que dijo el Papa Francisco antes de la oración mariana del Angelus, que fue recitada desde la ventana de su estudio en la plaza San Pedro. Inmediatamente luego del rezo del Angelus, el pontífice “recibe” en la ventana a los niños romanos, miembros de la Acción Católica, que leen un mensaje por la paz.
Antes de la oración, Francisco, como siempre, comenta el Evangelio del día de hoy. Hoy, el evangelista Lucas “nos conduce nuevamente, como el domingo pasado, a la sinagoga de Nazaret, el pueblo de Galilea donde Jesús creció en familia y donde es conocido por todos. Él, que hacía poco tiempo se había marchado para iniciar su vida pública, regresa ahora por primera vez y se presenta a la comunidad, reunida el sábado en la sinagoga. Lee el pasaje del profeta Isaías que habla del futuro Mesías y al final declara: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír»”.
Los conciudadanos de Jesús, subraya el Papa, no reaccionaron bien: “primero sorprendidos y admirados, comienzan luego a poner cara larga y a murmurar entre ellos y a decir: ¿Por qué éste, que pretende ser el Consagrado del Señor, no repite aquí, en su pueblo, los prodigios que se dice haya cumplido en Cafarnaúm y en los pueblos cercanos? Entonces Jesús afirma: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra» (v. 24)” (…) “los presentes se sienten ofendidos, se levantan indignados, echan a Jesús fuera del pueblo y quisieran arrojarlo por el precipicio. Pero Él, con la fuerza de su paz, «pasando en medio de ellos, se pone en camino» (v. 30). Su hora aún no ha llegado”.
Este pasaje del evangelista Lucas, dice Francisco, “no es simplemente la historia de una pelea entre paisanos, como a veces pasa en nuestros barrios, suscitada por envidia y celos, sino que saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto, -todos nosotros estamos expuestos- y de la cual es necesario tomar distancia decididamente. ¿Y cuál es esta tentación? Es la tentación de considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a “negociar” con Dios buscando el propio interés.”.
Se trata, en cambio, de “acoger la revelación de un Dios que es Padre y que se preocupa por cada una de sus criaturas, incluso de las más pequeñas e insignificantes a los ojos de los hombres. Precisamente en esto consiste el ministerio profético de Jesús: en anunciar que ninguna condición humana puede constituir motivo de exclusión -¡ninguna condición humana puede ser motivo de exclusión!- del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es el de no tener privilegio alguno. El único privilegio a los ojos de Dios es el de no tener privilegios, de no tener padrinos, de abandonarse en sus manos”.
Ese “hoy” proclamado por Cristo ese día, vale también para cada tiempo: “resuena también para nosotros en esta plaza, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad. Dios viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares, en las situaciones concretas en las cuales ellos estén. También viene a nuestro encuentro. Es siempre Él quien da el primer paso: viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros pecados; viene a extendernos la mano para hacernos alzar del abismo en el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la consolante verdad del Evangelio y a caminar por los caminos del bien. Siempre viene Él a encontrarnos, a buscarnos.”.
Volvamos a la sinagoga: “Ciertamente ese día, en la sinagoga de Nazaret, también estaba allí María, la Madre. Podemos imaginar los latidos de su corazón, un pequeño anticipo de lo que sufrirá bajo la Cruz, viendo a Jesús, allí, en la sinagoga, primero, siendo admirado, luego desafiado, después insultado, después, amenazado de muerte. En su corazón, lleno de fe, ella guardaba cada cosa. Que ella nos ayude a convertirnos de un dios de los milagros al milagro de Dios, que es Jesucristo”.
Inmediatamente luego de la oración mariana del Angelus, el Papa recuerda la Jornada Mundial de los Enfermos de Lepra: “Esta enfermedad, a pesar de estar en regresión, afecta todavía, desafortunadamente, a las personas más pobres y marginadas. Es importante mantener viva la solidaridad con estos hermanos y hermanas, quienes han quedado inválidos después de esta enfermedad. A ellos les aseguramos nuestra oración, y aseguramos nuestro apoyo a quienes les asisten. Buenos laicos, buenas hermanas, buenos sacerdotes.”.
Después de saludar a los demás peregrinos, Francisco se concentra en los chicos y chicas de la Acción Católica de Roma: “¡Ahora entiendo porque había tanta bulla en la plaza! Este año su testimonio de paz, animado de la fe en Jesús será todavía más alegre y consciente, porque está enriquecido por el gesto, que acaban de hacer al pasar por la Puerta Santa. “¡Les animo a ser instrumentos de paz y de misericordia entre sus compañeros!”. Enseguida, un niño lee el mensaje, y desde la plaza se lanza un gran número de globos, como símbolo de la paz.