Por Jorge TRASLOSHEROS |
Terrorismo, trata de personas, aborto a libre demanda, eugenesia, eutanasia, narcotráfico, mercado de armamento, entre otras cosas, son grandes males que marcan nuestra época. Con independencia de su legalidad o de la causa política que los justifique, comparten la misma raíz: el desprecio por la dignidad y la vida de las personas. Se justifican ideológicamente por la combinación de dos posiciones ante la vida muy propias de nuestra cultura, cuya mezcla deriva en procesos acelerados de deshumanización. Me refiero al utilitarismo y a la voluntad de poder.
El utilitarismo nació como una propuesta ética de la modernidad industrial. Según ésta, los seres humanos nos movemos por el placer y rechazamos el dolor. Así, la bondad de un acto se asocia a la utilidad para alcanzar placer. Quienes así lo plantearon, por ejemplo Stuart Mills, afirmaban también la existencia de placeres superiores que debían ser preferidos como el arte y el servicio a los semejantes. Siendo un planteamiento en principio humanista por sus fines, tenía el defecto de centrarlo todo en el mismo individuo por lo que pronto derivó en un hedonismo de segunda mano. Hoy, por ejemplo, se afirma que es bueno aquello que es útil para dar placer sin importar los demás, ni el tipo de placer. Su expresión más acabada es el narcisismo ramplón y egocéntrico.
Por otro lado, durante el siglo XX ganó mucha fuerza la filosofía del empowerment, palabra traducida como “empoderamiento”, pero que es mejor llamar “voluntad de poder”. Según ésta, los seres humanos estamos movidos por el principio del poder por lo que cualquier relación humana es de dominación, incluso el amor y el servicio a los semejantes. Siempre subyace la voluntad de dominar a los demás. Así, será bueno aquello que me otorgue poder, es decir, capacidad de dominio sobre mi persona y sobre los otros.
En nuestros días, ambas posiciones se han fundido en una sola hasta generar una ideología dominante en ciertos sectores culturales con gran influencia en la política y en los medios de comunicación, presente por igual en la “izquierda” “centro” o “derecha”. El poder es la causa del ser y fuente primordial de la felicidad, por lo que será bueno todo aquello que reporte utilidad para conseguirlo, incluso si implica pasar por encima de los demás. Quienes así coligen son refractarios a cualquier argumento sustentado en la razón. El aborto, la eugenesia y la eutanasia deben convertirse en políticas de Estado porque es útil al “empowerment” de hombres y mujeres. Gracias a ello se puede prescindir de un molesto intruso —concebido, feo, viejo o enfermo— para alcanzar los fines de dominio y felicidad del individuo.
Si observamos con cuidado, la línea argumental es similar a la de quienes promueven el terrorismo. Para ellos, la voluntad de poder como vía para imponer su visión del mundo es lo esencial, por lo cual los seres humanos se convierten en piezas útiles y desechables, por igual quien se amarra la bomba, como quienes mueren en la explosión. Contra lo que solemos suponer, el terrorismo no es la negación de la moda cultural de occidente, sino su más deslumbrante afirmación.
Esta serie de males son algunas de las muchas expresiones de la ideología utilitaria del poder. Como toda ideología es autorreferencial y desconoce el diálogo con quienes piensan diferente. Ante la ausencia de razones se encierran en consignas. Vieja historia. Donde empiezan las ideologías terminan las ideas.
Contemplo la Cruz. Como católico de pie comprendo que, ante la brutal ideología utilitaria del poder en cualquiera de sus expresiones, siempre debemos afirmar, con gozo y esperanza, el valor de cada persona, del diálogo y la razón. Me queda muy claro que, si Cristo hubiera pretendido otra cosa jamás hubiera sufrido su pasión y muerte, ni hubiera abierto las puertas a la vida con su resurrección.
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