“Jesús…, en el culmen de su anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia… Si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado”.  E incluso “nos pude parecer muy lejano a nosotros el modo de actuar de Dios, que se ha humillado por nosotros, mientras a nosotros nos parece difícil olvidarnos un poco de nosotros mismos”, “Jesús nos invita a andar por su mismo camino”, a “renunciar al egoísmo, a la búsqueda de poder y de la fama”, tomando “el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo”. Durante la homilía sobre la pasión de Jesús, Francisco recordó también el destino de “tanta gente, tantos marginados, tantos prófugos” hacia los cuales el mundo muestra indiferencia.

De esa manera, el Papa Francisco sintetizó el sentido de la celebración de hoy, que da comienzo a los ritos de la Semana Santa. La fiesta recuerda la entrada de Jesús a Jerusalén, aclamado por la población que iba agitando palmas y arbustos a su paso. Por eso, antes de la misa, cerca del obelisco que se alza en medio de la plaza de San Pedro, el Papa bendijo los ramos de palmas y olivo, emprendiendo una procesión rumbo al sagrario de la basílica. En la plaza, estuvieron presentes decenas de miles de jóvenes de la diócesis de Roma y de Italia, como preparación  para la ocasión de la XXXI Jornada Mundial de la Juventud, que se llevará a cabo del 26 al 31 de julio en Cracovia (Polonia). Jóvenes fueron, también, los lectores y cantores de la liturgia. El evangelio de la misa de hoy es el largo relato de la Pasión del Señor según San Lucas, que fue dramatizado por tres diáconos y el coro.

En la homilía, el Papa Francisco recuerda, ante todo, “el entusiasmo” de la multitud de Jerusalén cuando recibe a Jesús: “del mismo modo que entró en Jerusalén, desea también entrar en nuestras ciudades y en nuestras vidas… Nada pudo detener el entusiasmo por la entrada de Jesús; que nada nos impida encontrar en él la fuente de nuestra alegría, de la alegría auténtica, que permanece y da paz; porque sólo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza”.

“Pero la Liturgia de hoy – continúa – nos enseña que el Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos”. Citando la segunda lectura (Filipenses 2,6-11), él recuerda que el recorrido de Jesús es definido con dos palabras: “«se despojó» y «se humilló» a sí mismo (Fil  2,7.8)”. “Estos dos verbos nos dicen hasta qué extremo ha llegado el amor de Dios por nosotros. Jesús se despojó de sí mismo: renunció a la gloria de Hijo de Dios y se convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros, pecadores;  él,  que no conoce el pecado. Pero no solamente esto: ha vivido entre nosotros en una «condición de esclavo» (v. 7): no de rey, ni de príncipe, sino de esclavo”.

“La Semana Santa”, agregó el Papa, “nos muestra” que  Él “Se humilló, y el abismo de su humillación… parece no tener fondo.”.

“El primer gesto de este amor «hasta el extremo» (Jn 13,1) es el lavatorio de los pies. «El Maestro y el Señor» (Jn 13,14) se abaja hasta los pies de los discípulos, como solamente hacían lo siervos. Nos ha enseñado con el ejemplo que nosotros tenemos necesidad de ser alcanzados por su amor, que se vuelca sobre nosotros; no puede ser de otra manera, no podemos amar sin dejarnos amar antes por él, sin experimentar su sorprendente ternura y sin aceptar que el amor verdadero consiste en el servicio concreto”.

Pero esto es solamente el inicio. La humillación que sufre Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo. Humillado en el espíritu con burlas, insultos y salivazos; sufre en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas desfiguran su aspecto haciéndolo irreconocible. Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es hecho pecado y reconocido injusto. Pilato lo envía posteriormente a Herodes, y este lo devuelve al gobernador romano; mientras le es negada toda justicia, Jesús experimenta en su propia piel también la indiferencia, pues nadie quiere asumirse la responsabilidad de su destino”. Y entonces, el pontífice, improvisando, recuerda: “tanta gente, tantos marginados, tantos prófugos” de los cuales mucha gente no quiere hacerse responsable en absoluto.

“El gentío – retoma – que apenas unos días antes lo aclamaba, transforma las alabanzas en un grito de acusación, prefiriendo incluso que en lugar de él sea liberado un homicida. Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales. La soledad, la difamación y el dolor no son todavía el culmen de su anonadamiento. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz el misterioso abandono del Padre. Sin embargo, en el abandono, ora y confía: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Suspendido en el patíbulo, además del escarnio, afronta también la última tentación: la provocación a bajar de la cruz, a vencer el mal con la fuerza, y a mostrar el rostro de un Dios potente e invencible”.

“Jesús en cambio, precisamente aquí, en el culmen del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia. Perdona a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón arrepentido y toca el corazón del centurión. Si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio”.

“Nos pude parecer muy lejano a nosotros el modo de actuar de Dios, que se ha humillado por nosotros, mientras a nosotros nos parece difícil olvidarnos un poco de nosotros mismos… Él viene a salvarnos, estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Podemos aprender este camino deteniéndonos en estos días a mirar el Crucifijo, la ‘cátedra de Dios’.  Os invito esta semana a mirar con frecuencia esta ‘cátedra de Dios’, para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama. Con su humillación, Jesús nos invita a andar por su mismo camino.  Volvamos a él la mirada, pidamos la gracia de entender algo de su anonadación por nosotros; y así, en silencio, contemplemos el misterio de esta Semana”.

Al término de la celebración, el Papa Francisco recitó el Angelus con los fieles. Antes de la oración mariana, dirigió un saludo a la multitud de jóvenes presentes en la plaza. “Hoy – dijo –  se celebra la 31era Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá su culmen a fines de julio en el gran encuentro mundial en Cracovia. El tema es «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos encontrarán misericordia» (Mt 5,7). Va mi saludo especial a los jóvenes aquí presentes y se extiende a todos los jóvenes del mundo.  Espero que puedan venir numerosos (jóvenes) a Cracovia, patria de San Juan Pablo II, quien fuera el iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud. A su intercesión confiamos los últimos meses de preparación de esta peregrinación que, en el marco del Año Santo de la Misericordia, será el Jubileo de los jóvenes a nivel de la Iglesia Universal.

Aquí hay, con nosotros, muchos jóvenes voluntarios de Cracovia. Al regresar de Polonia, llevarán a los responsables de la Nación los ramos de olivo recogidos en Jerusalén, Asís y Montecassino, que serán bendecidos hoy en esta plaza, como una invitación a cultivar propuestas de paz, de reconciliación y de fraternidad. Gracias por esta bella iniciativa; id adelante con coraje!”.

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